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LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net

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el quicio de un portal situado enfrente. Y allí comencé mi acecho. ¿A que no te<br />

imaginas lo que me había propuesto? Nada, frío, frío, no aciertas.<br />

Estaba esperando a que saliera Narciso Bello, ni más ni menos. El gran<br />

triunfador debía de estar gastándose parte de sus ganancias en el bar, hacia donde<br />

yo le había visto dirigirse cuando salíamos. Pero antes o después volvería a casa, no<br />

era cuestión más que de tener paciencia. Alguna vez tendría que acabar de celebrar<br />

su «buena suerte»... ¡La buena suerte! ¡Menuda gilipollez! Todo el discursito del<br />

enano me había parecido auténtica basura. La verdad, me extrañó que una persona<br />

inteligente como el Príncipe -porque listo lo es como él solo, de eso no cabe duda- le<br />

hubiera escuchado con tanta reverencia y poniendo cara de que estaba aprendiendo<br />

cosas de mucho interés. Si se tratase del Profesor, vale, porque a ése cualquier cosa<br />

que suene a fantástico y medio espiritualista le atrae como la mierda a las moscas.<br />

Pero el Príncipe ya es más raro que se tragara tantos cuentos. Claro que quizá fingía,<br />

puede que sólo fuese un truco para sonsacarle... Porque lo que es a mí, te aseguro<br />

que me parece evidente que todo eso del azar, la suerte, la casualidad, el hado y no<br />

sé qué más son sencillamente palabrería para revestir nuestra ignorancia de las<br />

causas que operan en el mundo. Lucía, ya sabes cómo pienso yo en esas cuestiones:<br />

en cuanto ocurre, sea dentro o fuera de nosotros, no manda más que la necesidad.<br />

Todo lo que pasa es necesario que pase, aunque a veces nos sorprenda porque<br />

ignoremos las múltiples e irresistibles causas que han coincidido para producirlo.<br />

Pero la necesidad no le gusta a la gente y siempre tienen que procurarse algún<br />

embeleco verbal para añadir purpurina a la monotonía gris de lo real. Unos se<br />

inventan dioses, otros creen en los astros y bastantes se esconden tras nombres<br />

aparentemente más neutros pero en el fondo tan supersticiosos como los demás: ¡el<br />

azar! Y hasta fundan con otros ilusos una Hermandad para «celebrar» la buena<br />

suerte, lo mismo que quienes forman una cofradía para cantarle a la Virgen de los<br />

Desamparados. Puaf, me revuelven el estómago. ¡Y qué contentos están de haberse<br />

conocido y de tener un mágico secreto que lo explique todo sin explicar nada de<br />

nada! Detesto por igual las intuiciones, las visiones y todas las revelaciones: me<br />

bastan la lógica, el cálculo y la humildad de admitir sencillamente que hay muchas<br />

cosas que no sé... pero que tienen que ser tan necesaria y rigurosamente causadas<br />

como las que sí sé.<br />

Entonces... ¿qué pasa con don Narciso, el elegido de la buena suerte? Vamos,<br />

no te hagas la boba ni quieras tratarme a mí como si fuera lerdo. Sabes perfectamente<br />

que sus extraordinarias ganancias no pueden deberse a caprichos del azar sino a<br />

algo difícil de concebir pero no sobrenatural: un sistema de juego, un método bien<br />

calculado para derrotar la inercia de la ruleta. Lo sé, lo sé: son miles los que han<br />

intentado alcanzarlo, aunque siempre en vano. Es algo de lo que se habla con anhelo<br />

pero que nadie conquista y que por tanto sólo los descerebrados siguen empeñados<br />

en buscar, como el Santo Grial o la Piedra Filosofal. Sin embargo... Aunque el<br />

Profesor cree que lo he olvidado o no lo conozco bien, tengo muy presente a<br />

Sherlock Holmes. Recuerdo especialmente el axioma básico de su sistema deductivo:<br />

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