LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net
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-Hoy quiero que montes al Espíritu. No hemos localizado aún a Pat y, bueno...<br />
nunca se sabe. Imagínate que... Pero por si acaso. Yo confío en ti, siempre que hagas<br />
lo que te digo.<br />
Nunca, en toda su breve vida deportiva, Johnny Pagal había sufrido<br />
conmoción semejante. ¡De modo que tenía una posibilidad, por lejana que fuese, de<br />
montar a Espíritu Gentil... y nada menos que en la Copa! ¡Wallace le consideraba<br />
capaz de tanto, a pesar de sus muchos errores y de su manifiesta inexperiencia!<br />
Entonces es que realmente había visto algo en él... Se le vinieron a la cabeza las<br />
tribulaciones de sus comienzos: las peleas con sus padres, siempre económicamente<br />
agobiados, que no comprendían por qué se empeñaba en dedicarse a una ocupación<br />
tan incierta y carente de cualquier referencia familiar; el largo y feroz período de<br />
aprendizaje, solo y enclenque frente a los matones que le llevaban la ventaja de años<br />
de experiencia junto a bastantes kilos de más de músculos agresivos; aquella ocasión<br />
en la que se cayó de su montura cuando galopaba hacia la salida de la segunda<br />
carrera de su vida y se quedó llorando sobre el pasto... No se hizo ilusiones: conocía<br />
al caballo (¡y sobre todo a su dueño!) lo suficiente para saber que sus probabilidades<br />
de montarlo en la gran carrera eran realmente mínimas, apareciese finalmente o no<br />
Pat Kinane. Pero eso era ya lo de menos: lo que realmente importaba era haber<br />
descubierto que la persona a la que más respetaba en el mundo también le respetaba<br />
un poco a él. «Entonces ya puedo estar seguro: no soy un inútil», se dijo Johnny. Pese<br />
a ser aún muy joven, tenía la suficiente experiencia como para considerar seguro que<br />
lo que de veras cuenta no es resultar un triunfador sino no ser un inútil, porque lo<br />
primero depende de las circunstancias pero lo segundo de nuestra propia fibra.<br />
Seguían esperando la llegada de los caballos cuando vieron acercarse un<br />
coche, un suntuoso y casi amedrentador cuatro por cuatro negro. «¡Bendita sea la<br />
madre que me...!» El entrenador creyó adivinar de inmediato quién era el visitante. Y<br />
no se equivocó. El Dueño en persona bajó del cuatro por cuatro, luciendo una parka<br />
verde oscuro que debía de estar recomendada en los más exigentes catálogos de<br />
vestuario campestre. En todos los años que llevaba como entrenador de sus caballos,<br />
Wallace no recordaba haberle visto en un galope matutino más de un par de veces.<br />
Desde luego no le echaba de menos: su humorística teoría, que alguna vez tras unas<br />
cuantas copas había confiado a sus más íntimos colegas, era que a los propietarios<br />
había que tratarlos como a los cultivos del champiñón, o sea mantenerlos en la<br />
oscuridad y cubrirlos siempre que se pudiera de fértil mierda. Por tanto la visita del<br />
Dueño sólo podía causarle desasosiego. Inquieto, se preguntó qué podría traerle<br />
precisamente esa mañana a la pista de pruebas.<br />
-Buenos días, Wallace. ¡Caramba, hace fresco! No me acostumbraré nunca a<br />
estas horas de entrenar... No sé cómo se sentirán los jacos, pero los demás desde<br />
luego tenemos sueño. Y frío. ¿Cómo anda usted? Me contaron que estaba algo<br />
fastidiado de salud...<br />
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