LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net
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enormes colmillos- parecía apuntar una chispa de ironía, como diciendo «¡Aquí os<br />
quería yo tener!».<br />
Esta vez ni siquiera el siempre farruco Comandante parecía tener prisa por<br />
dar el primer paso. Tras la vacilación de un instante -porque sólo un instante duró,<br />
por larga que se les hiciera a quienes vacilaban-, el Profesor se adelantó, suspirando<br />
con resignación humorística:<br />
-Bueno, vamos allá. Más vale un final con horror que un horror sin final...<br />
-Oye, un momento... -protestó el Doctor.<br />
Pero fue el Príncipe quien echó a andar delante de todos, dando al pasar una<br />
cariñosa palmada al Profesor.<br />
-Con permiso, profe. Es mi turno.<br />
Con paso vivaz y decidido, sin mirar a derecha ni a izquierda, cruzó el<br />
estrecho peligroso. El león se aproximó rugiendo a la verja, pero no fue más allá de<br />
esa reconvención ominosa. Con un «¡Me cago en... !», el Comandante apartó de un<br />
empellón al Profesor y siguió al jefe, aunque caminando tan al borde del barranco<br />
para alejarse de los barrotes que un momento estuvo a punto de perder pie. Después<br />
fue el Profesor y, pisándole los talones, el Doctor. Demasiadas provocaciones para el<br />
inquilino de la jaula. Con un torvo rugido, el león cargó contra la verja, que tembló y<br />
pareció inclinarse bajo el peso de su tremenda acometida: su potente brazo,<br />
rematado por una ancha almohadilla llena de guadañas, apareció entre los barrotes<br />
buscando al Profesor. Pero el Doctor llevaba en la mano una fuerte rama, terminada<br />
en una punta aguzada, que venía utilizando como bastón en la subida: con esa<br />
improvisada lanza de leño aguijoneó desde atrás el flanco de la fiera, poniendo toda<br />
su fuerza en el golpe. Gruñendo ofendido, el gran felino retrocedió, revolviéndose y<br />
tratando de morder el palo. El Doctor se lo cedió de buen grado, para que se<br />
entretuviera mientras su compañero se ponía a salvo un par de metros más allá.<br />
Después él mismo empezó a su vez a cruzar aquel peligroso estrecho, pero con las<br />
prisas tropezó y se fue de bruces justo cuando el león volvía de nuevo al ataque.<br />
Gateó con premura para ponerse fuera de su alcance, estimulado y casi ensordecido<br />
por los maullidos gigantescos y los rabiosos gruñidos que le perseguían.<br />
Un poco más arriba, ya en terreno seguro, se dio cuenta de que había perdido<br />
las gafas. Allí estaban, en medio del sendero fatídico, brillando como joyas en el<br />
escaparate de Tiffany's. El Doctor sentía por sus antiparras la sólita adhesión de los<br />
miopes, hasta el punto de que por un momento pensó en jugarse el todo por el todo<br />
y volver a por ellas. Pero el león se encargó de disuadirle: sacó de nuevo la frustrada<br />
zarpa por entre los barrotes, propinó un contundente manotazo y las aplastó<br />
magistralmente con un chasquido de adiós. Era lo menos que se podía conceder,<br />
después de haberse quedado sin presas mejores. Siguió por un rato enredando con<br />
los cristales pulverizados, mientras resoplaba y babeaba lleno de santa cólera. El otro<br />
león se había puesto en pie sobre la roca que le servía de pedestal y le miraba con<br />
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