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LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net

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jornada. Su tendencia natural a la congestión estaba evidentemente acentuada por<br />

numerosas libaciones -el Pinzas no pudo por menos de preguntarse quién se las<br />

habría costeado desde que perdió sus fondos-, pero el enrojecimiento se hizo<br />

purpúreo cuando su mirada suspicaz reparó en el discreto prestímano. Los ojos<br />

saltones parecieron proyectarse fuera del rostro porcino y se clavaron en el Pinzas,<br />

que se volvió inmediatamente para contemplar con enorme detalle e interés las<br />

protuberancias de la buena señora que bregaba a su lado juntamente por conservar<br />

el equilibrio y por obtener más bebida para perderlo ya del todo. Ahora el gordo se<br />

debatía en la multitud pero evidentemente no para acercarse a la barra sino más bien<br />

con objeto de alejarse de ella, mientras reclamaba la atención de un par de amigos no<br />

menos adiposos que él y señalaba con poco disimulo hacia el Pinzas. Mejor dicho,<br />

hacia donde el Pinzas había estado un instante antes, porque ahora se había<br />

deslizado con toda la urgencia del caso rumbo a aguas más tranquilas.<br />

Esas aguas eran, claro, el water. La etimología de la palabra «retrete» implica<br />

la idea de retiro, de íntimo recogimiento, de lugar privado a salvo de miradas<br />

indiscretas: en francés, retraite significa «retirada» (la de un batallón acosado por el<br />

enemigo, por ejemplo) y en los cuarteles españoles tocan «a retreta» para señalar la<br />

hora en la que los soldados deben reunirse con sus catres y compartir sueños de<br />

gloria. Aunque desconocía estas particularidades filológicas, el Pinzas actuó<br />

instintivamente de acuerdo con lo que indicaban: buscó su eventual refugio y<br />

santuario tras la puerta que, por cierto engoladamente, reclamaba: «Caballeros.»<br />

Tenía la viva impresión de que más pronto que tarde iba a verse en una de esas<br />

situaciones de estrés que hacen especialmente desagradable la vida moderna, sobre<br />

todo a los profesionales autónomos. El higiénico recinto no estaba vacío, aunque sus<br />

ocupantes no parecían implicar amenaza especial: en el mingitorio se aliviaba<br />

concienzudamente su viejo conocido, el Profesor, mientras que el amigo forastero<br />

que le acompañaba en el paddock estaba en ese preciso momento lavándose las<br />

manos. Sin prestarles demasiada atención, el Pinzas ocupó también su puesto en un<br />

lavabo, quizá inconscientemente presa del afán de borrar con abluciones una culpa<br />

moral, tal como en su día intentó Poncio Pilatos antes de su pecado o de igual modo,<br />

aunque casi anteayer y después de haberlo cometido, Lady Macbeth.<br />

Pero mientras el agua corría entre sus dedos pecadores, el Pinzas no olvidaba<br />

que su primera obligación era librarse de la cartera incriminatoria (que aún no había<br />

vaciado de efectivo para después arrojarla a una papelera, lo cual quizá indicaba que<br />

comenzaba a volverse irresponsablemente torpe). Se secó las manos con una toalla<br />

de papel que después fue a parar en seguida al cubo dispuesto al efecto, llevándose<br />

con ella la cartera misma y, ay, la recompensa que contenía pero a la que el Pinzas<br />

intuía que no había más remedio que renunciar. Todo velocísimo y aun así justo a<br />

tiempo, porque en ese mismo momento la puerta se abrió casi con violencia para dar<br />

paso al hombre gordo que ya conocemos, seguido de otros dos gordos muy<br />

semejantes a él que ni conocemos ni falta que nos hace. Uno de los recién llegados<br />

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