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LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net

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del cóctel Molotov. A todas horas se burlaba del apocamiento burgués del Chino, de<br />

sus miramientos, de sus remilgos, de sus mínimas concesiones a la prudencia. «¡Tú<br />

lo que eres es un humanista!», le espetaba, con un tono que dejaba claro que no le<br />

estaba avecinando con Erasmo sino con las cucarachas. ¡El bueno de Jimmy Giú!<br />

¡Vaya bruto! Cuando llegara a saber lo que el inocuo «humanista» que él conoció<br />

como el Chino ocultaba hoy, ya Abdulá, bajo su zamarra... En cualquier caso, no<br />

tenía nada de raro que hubiese acabado como jefe de matones de un magnate<br />

mafioso.<br />

-¡Hombre, Jimmy, cuánto tiempo! Menuda coincidencia, ¿eh? Tú ahí, tan... y<br />

yo, ya ves, pues aquí. Ganándome la vida en la prensa, con los embaucadores del<br />

pueblo, je, je... Soy fotógrafo. Bueno, claro, ya lo habías notado, con todas estas<br />

cámaras y cachivaches... Oye, te encuentro estupendo. Perdona, pero tengo que ir al<br />

water. Estamos en plena entrevista y no veas cómo es mi jefa.<br />

-Chino. Tan chalado como siempre... Venga, ojo, ¿eh? Ándate con cuidado, no<br />

quiero líos.<br />

Por un momento pensó decirle que ya no era el Chino, sino Abdulá: pero en<br />

seguida se dio cuenta de que tanta información no resultaba necesaria ni prudente.<br />

Mejor callar y evitar volver a tropezarse con él hasta que... hasta que pasara lo que<br />

tenía que pasar. Con un poco de suerte, después ya no necesitaría darle ningún tipo<br />

de explicaciones. De modo que recorrió el pasillo rumbo a los servicios, que estaban<br />

al final, cerca de los ascensores (pero ¿seguirían funcionando los ascensores después<br />

de haber utilizado el Arma?... mejor sería dirigirse directamente a las escaleras, como<br />

se aconsejaba en caso de incendio), luego se entretuvo un poco en el lavabo (no pudo<br />

mear, demasiados nervios, estaba todo agarrotado por dentro) y para acabar volvió<br />

despacio, semisonriendo como un idiota y mentalmente tomando instantáneas de<br />

puertas, ventanas, personas, obstáculos... Todo registrado en su cerebro, aunque<br />

seguía siendo incapaz de trazar un plan de huida. En el fondo, no se hacía a la idea<br />

de que pudiera seguir vivo tras haber empleado el Arma. ¿Vivo, él, sólo él, entre<br />

tanta ruina y matanza? En fin, si tenía esa improbable suerte ya se las arreglaría de<br />

algún modo. Mejor dicho, Alá le pescaría con su anzuelo de oro y le sacaría de las<br />

aguas turbulentas y ensangrentadas, para depositarlo en la orilla más segura.<br />

Probablemente.<br />

Cuando volvió al palco -luego de haber soportado de nuevo al entrar el<br />

escrutinio dubitativo y malévolo de Jimmy Giú, mira, mira y que te den, ya verás<br />

luego...- encontró al Sultán y a Susana riendo a carcajadas. Ahora iban quizá por la<br />

tercera ronda de champán, porque Basilikos era anfitrión insistente, y la reportera se<br />

había tomado por lo menos una copa y media, entre burlas y veras. Fuera por lo que<br />

fuese, se los veía contentos. En el suelo yacían los restos del «culebra» no apurado<br />

del todo, como un gusano seco y retorcido. Ambos miraron a Abdulá con esa<br />

expresión boba de las personas interrumpidas bruscamente en su risa. Después, para<br />

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