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LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net

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desdichados tienen letra, sólo evoca una palabra de cada diez: « ¡Taturit, tit, turatit,<br />

tit tip, de mi almaaa! ¡Por favor, no me tataritut, tut, taratot, tim-yom, de mi corazón!<br />

» Etcétera. En fin, que sólo yo supe guardar la actitud debida. En silencio, bajé la<br />

cabeza -para evitar cualquier apariencia de desafío imprudente e injusta ante el jefe-,<br />

aunque no me privé de esbozar una sonrisa que dejase clara mi final independencia:<br />

obediente pero nunca esclavo.<br />

Quizá por decir algo, por mostrarse cálido y simpático, el Profesor comentó:<br />

«¿De modo que puede haber... cierto peligro?» Sin aligerar la gravedad de su rostro,<br />

el Príncipe asintió: «Desde luego, no lo dudéis. Peligro de muerte.» Inmediatamente,<br />

al constatar nuestro unánime respingo -supongo que es lo que buscaba-, soltó una de<br />

sus irresistibles carcajadas pícaras. Pero ¿quería con su risa desmentir como algo<br />

ridículo lo que acababa de decir tan serio o se burlaba del peligro y de la mismísima<br />

muerte, por presentes que pudieran llegar a estar en nuestro empeño? Sinceramente,<br />

no lo sé. El Comandante coreó y amplificó hasta lo atronador la carcajada<br />

principesca, como era de suponer, mientras el Profesor y yo nos limitábamos a un je<br />

je conejil. El resto de la velada fue meramente técnico. Reparto de tareas,<br />

instrucciones sobre los primeros pasos a dar, etc. Luego pasamos a cosas más<br />

triviales, como recuerdos comunes cien veces celebrados y anécdotas personales más<br />

recientes de cada cual que los otros no conocían. Cuando nos levantamos para<br />

despedirnos, el Príncipe volvió a ponerse severo y comentó: «De modo que ya lo<br />

sabéis, vamos a ser cuatro en esto. Nosotros cuatro.» Extraño énfasis en lo obvio.<br />

Como si no quisiera que ninguno se desligase o se considerara dispensado del<br />

esfuerzo, como tratando de evitar cualquier escisión o enfrentamiento entre<br />

nosotros. Y también: como para convencernos de que formamos juntos algo único y<br />

especial, un mundo dentro del mundo.<br />

Dicha como advertencia o provocación amistosa, la expresión «peligro de<br />

muerte» siguió dándome vueltas en la cabeza durante horas. La tengo aún dentro, la<br />

mosca atrapada en la botella que intenta levantar vuelo y choca con los<br />

infranqueables cristales, con la barrera invisible. Me ocurre frecuentemente en los<br />

últimos tiempos, esto de quedarme atascado con la palabra «muerte». No era así<br />

antes. Aunque del rango más modesto, siempre me he tenido por un científico. Y<br />

precisamente la ciencia busca establecer certidumbres, de modo que la muerte -lejos<br />

de ser un enigma o un misterio- es la evidencia científica por excelencia. Así lo he<br />

creído hasta hace bien poco. Si hace un año alguien me hubiese preguntado «¿Qué<br />

será de mí tras la muerte?», le hubiera respondido sin vacilar: «Primero serás una<br />

efigie lamentable y exánime que después se convertirá poco a poco en algo<br />

abominablemente hórrido, que más tarde se desplomará en cascotes, para hacerse<br />

luego polvo y finalmente acabar en nada.» No hay mucho más que añadir. Y sigo<br />

pensando así, créeme: mantengo esta versión científica de la muerte.<br />

Y sin embargo, junto a ella, desde hace un año atisbo algo más... Se me<br />

impone otra evidencia: inexplicable, incomprensible, negra y también escandalosa y<br />

opacamente consoladora. Si es que se puede llamar consuelo a que el dolor siga vivo<br />

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