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LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net

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ese color entre los participantes. Y ahí seguía, el último, cuando los que marchaban<br />

en cabeza comenzaron a tomar la curva antes de la recta final. Susana lanzó una<br />

ojeada al Sultán: muy erguido, con los prismáticos en ristre, los labios apretados, sin<br />

concesiones mundanas. En lo suyo. Intentó indicarle por señas a Abdulá que debía<br />

fotografiarle en ese éxtasis, pero su auxiliar parecía sumido en alguna meditación<br />

inaplazable mientras consideraba con suma fijeza su pie derecho. Maldito imbécil, la<br />

última vez que cargaba con él.<br />

Los caballos se habían agrupado un poco en la curva y desembocaron en la<br />

recta con probabilidades bastante parejas. Delante iban dos, <strong>net</strong>amente destacados,<br />

aunque uno de ellos ya daba muestras de haber agotado sus fuerzas; luego seguía un<br />

rabioso pelotón de seis o siete, todos bastante juntos, con los ji<strong>net</strong>es fusta en mano<br />

para exigir el aceleramiento definitivo; después unos pocos más, desperdigados,<br />

probablemente casi convencidos de que ése no era su día. Y, por fin, el último aún...<br />

¡no, el penúltimo ahora!, marchaba Kambises. Casi sin querer, Susana se llevó la<br />

palma de la mano a la boca y luego la agitó como si quisiera sacudirse algo pegajoso<br />

que tuviera adherido en un dedo. Ya sembrados a lo largo del último tramo de la<br />

carrera, los adversarios hacían su esfuerzo más concluyente. Uno de los dos guías<br />

cedió por fin sin remedio, pero el otro todavía aguantaba aunque acosado de cerca<br />

por dos o tres aspirantes. Allá en la cola del grupo, Susana vio o, mejor, adivinó un<br />

remolino blanco que se desmarcaba hacia fuera y luego se abalanzaba por el exterior<br />

de la pista: con el tiempo justo o quizá demasiado tarde, Kambises iniciaba la caza. En<br />

unos pocos trancos, largos, descoyuntados pero efectivos, rebasó a media docena de<br />

competidores desanimados. Y siguió cada vez más rápido hacia los de cabeza. Ya<br />

estaba el cuarto, ahora el tercero... ¡No, mala suerte, la meta estaba demasiado cerca<br />

y no le iba a dar tiempo de alcanzar a los primeros! Kambises daba la impresión de<br />

haber llegado a su tope, no podía acelerar más, pese a los esfuerzos a punta de látigo<br />

de su ji<strong>net</strong>e. Delante, aún otros dos luchaban entre sí y sostenían el tipo<br />

gallardamente. Ya estaban a punto de... Susana volvió a mirar al Sultán: con una<br />

mano mantenía los gemelos pegados a los ojos y con el puño de la otra golpeaba el<br />

aire, una y otra vez, rítmicamente, como el cómitre que marca con su mazo el ritmo<br />

de los remeros en la galera. De la garganta le salía una especie de gruñido enfático y<br />

cada vez más intenso, un «¡oooogg!» de aprobación, de aliento, de violencia apenas<br />

contenida. En la pista, la escena pasaba a toda velocidad, durante las fracciones de<br />

una fracción de segundo, pero a Susana le dio la impresión de que la veía a cámara<br />

lenta o, aún más, que estaba fija, esculpida más allá del tiempo. Estirándose por el<br />

margen de la ancha cinta de césped con un último impulso decisivo, Kambises se<br />

puso irremisiblemente a la altura de los dos primeros y siguió, siguió adelante hacia<br />

la meta que ya se les venía encima. Al instante siguiente, una eternidad después, la<br />

cruzaron los tres juntos pero el tordo había ganado por medio cuerpo. El Sultán bajó<br />

entonces los prismáticos y alzó el brazo derecho al aire, con la mano abierta como si<br />

quisiera encestar una canasta gloriosa. Sólo gritó:<br />

-¡Sí!<br />

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