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LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net

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-Pero entonces ustedes... Es decir, esa Hermandad...<br />

-No se apresure en sus conclusiones. Hay más. Ya le advertí que debía<br />

dejarme contarle las cosas a mi modo. -El irascible liliputiense había vuelto a tratar<br />

de usted al hijo de su viejo amigo, por lo visto como consecuencia del<br />

distanciamiento producido en la viva discusión. Pero su tono iba haciéndose de<br />

nuevo amistosamente familiar-. Mira, la casualidad o el azar son el marco general de<br />

cualquier concepción del mundo no supersticiosa. No se trata de ningún dogma que<br />

afirme o justifique nada, sino algo parecido a llevarse el dedo a los labios y decir<br />

«¡Chiis... ! » a la barahúnda cacofónica de los dogmas vigentes. Sin embargo, aunque<br />

uno renuncie a la Providencia o a la Sabia Naturaleza que todo lo planea (y que son<br />

lo mismo), todavía queda lo más irrefutable, lo que nadie puede negar aunque<br />

carezcan de explicación última: los hechos. Esos hechos azarosos que nos construyen<br />

o destruyen, que juegan a nuestro favor o en nuestra contra. -Se agitaba en la silla<br />

como presa de picores, mientras sus piernas, que no llegaban ni mucho menos al<br />

suelo, lanzaban bajo la mesa patadas al aire-. Y de tales hechos nos interesan, ¿qué<br />

digo nos interesan?, nos fascinan unos cuantos en especial, aquellas casualidades<br />

que nos salvan de improviso o que nos proyectan a la gloria, esas que representan lo<br />

mejor que puede pasarnos, sin vulgares moralismos ni interesadas meritocracias, o<br />

sea, por decirlo en dos palabras: la denominada buena suerte. Ahora se lo puedo<br />

decir ya: la nuestra es la Hermandad de la Buena Suerte.<br />

Gaudy marcó un silencio solemne, como si acabara de pronunciar una palabra<br />

mágica o de realizar un arriesgado juego de prestidigitación con perfecto resultado.<br />

Se le quedó, como siempre que acababa de hablar, una visible perla de saliva en el<br />

labio, repetida circunstancia que al Príncipe llevaba desagradándole desde hacía<br />

rato. Por decir algo y mostrar aplicación, recapituló:<br />

-Vaya, conque se trata de eso. De modo que ustedes consideran que son<br />

especialmente afortunados...<br />

Esa observación volvió a encrespar al diminuto Hermano Mayor.<br />

-¡Claro que no! Entre nosotros hay gente con suerte favorable y otros a los que<br />

no les sonríe jamás, como en cualquier colectivo humano. ¿Acaso le parece que yo he<br />

tenido buena suerte naciendo con este cuerpo de alfeñique?<br />

-Pues entonces no entiendo...<br />

-Creo que no entiende porque no tiene paciencia para dejarme que le explique<br />

las cosas del todo. Nosotros no somos más propicios a la buena suerte que los<br />

demás, ni podemos conseguirla ni invocarla en modo alguno. Nos limitamos a<br />

celebrarla. La suerte es insobornable y automática: precisamente consiste en el<br />

automatismo de un mundo sin por qué. Pero de vez en cuando, todos los días, a<br />

cada momento, la buena suerte ocurre. Llega sin mirar a quién le toca, de modo<br />

perfecta y gloriosamente amoral. Y nosotros celebramos esa aparición cada vez que<br />

podemos constatarla. Ciertos pueblos primitivos rendían culto al sol, que sale cada<br />

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