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LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net

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irrumpido a paso de carga en el palco. Uno de ellos se arrojó en plancha contra<br />

Abdulá, derribándole sin esfuerzo. Pero no pudo impedir que de su mano escapara<br />

el ominoso tubo negro, que rodó por el suelo mansamente. Alguien, quizá el propio<br />

Sultán, dio la voz de alerta: «¡Cuidado con eso!» Otro de los guardaespaldas lo cogió<br />

con un gesto rápido y de inmediato se alzó para tirarlo lejos... aunque al momento<br />

siguiente, tras una ojeada, se lo tendió en la palma de la mano al Sultán.<br />

-No hay peligro, jefe. Es sólo un teleobjetivo corriente.<br />

-Registradle bien -gruñó el Sultán. Después, acercándose al caído, de bruces<br />

contra el suelo mientras un gigantón le mantenía el brazo doblado a la espalda y otro<br />

le palpaba por todas partes-. ¿Quién te manda? ¿Quién te ha encargado matarme?<br />

Con la cara torcida y aplastada contra las baldosas, Abdulá apenas podía<br />

hablar. Sólo pudo lanzar una especie de balido, errático y lamentable:<br />

-La comunidad de los creyentes... bendito sea, bendito... Él prevalecerá.<br />

-Limpio, jefe. -El esbirro se irguió, concluida su tarea-. No lleva armas de<br />

ninguna clase.<br />

¿Desarmado? ¡Qué sabrás tú! El verdadero creyente siempre dispone del<br />

Arma más poderosa, contra la que no hay escudo ni guarida. Yo la tengo aquí, aquí<br />

mismo... ¿O quizá no? La notaba hace un momento sobre mi pecho. Pero ahora... ya<br />

no sé. ¿La he perdido? ¿No tengo fe suficiente? Porque si he perdido mi Arma, estoy<br />

perdido. ¿Todo es inútil... otra vez inútil? Imposible, esta vez tengo al Todopoderoso<br />

de mi lado, sólo Él puede acabar con los fastos del poder terrenal. Pero el Arma... la<br />

verdad, no tengo arma ninguna. Ya no la tengo, aún no la tengo. ¿La tendré alguna<br />

vez? Aunque, quién sabe, quizá la explosión se ha producido y el exterminio ha<br />

sucedido ya, pero yo estoy condenado en el infierno a ignorarlo, a creerme<br />

fracasado, a no ver el día de la victoria. ¡Son tantos mis pecados... a lo largo de tantos<br />

años! Y ésa será mi tortura eterna.<br />

-Sacadlo fuera y entregádselo a la policía. -Los forzudos alzaron a Abdulá<br />

como un pelele y se pusieron en marcha hacia la puerta, pero el Sultán los detuvo-.<br />

O, mejor, no. Es un chiflado inofensivo. Bajadlo a la entrada, pegadle una patada en<br />

el culo y que se vaya. ¡Que se largue bien lejos! No tengo ganas de perder el tiempo<br />

por su culpa dando explicaciones a la bofia.<br />

Con un sicario sujetándole cada brazo, casi en volandas, Abdulá se resignó a<br />

ser transportado al pasillo, rumbo al ascensor. Allí, a medio camino, mirándole con<br />

una pizca de asombro para dar sabor a su habitual desprecio, estaba Jimmy Giú.<br />

-Jodido Chino.<br />

Abdulá le miró compasivo al pasar, sin rencor y, volviendo la cabeza por<br />

encima del hombro mientras le arrastraban, dijo con voz suplicante pero serena,<br />

melancólicamente serena:<br />

-¿Cuándo amanecerá, camarada?<br />

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