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depende de una producción, de un andar interminable (o de la separación<br />

y la ruptura) que esta pérdida hace necesarias. El ser se mide por el<br />

hacer.<br />

La escritura se encuentra progresivamente alterada. Otra escritura<br />

se impone poco a poco bajo formas científicas, eruditas o políticas:<br />

ya no es lo que habla, sino lo que se fabrica. Ligada todavía a lo que desaparece,<br />

endeudada respecto a lo que se aleja como un pasado pero que<br />

permanece como un origen, esta nueva escritura debe ser una práctica, la<br />

producción indefinida de una identidad sostenida solamente por un hacer,<br />

una marcha siempre relativa a lo que de diferente se ofrece a su edelantoen<br />

la medida en que la voz propia de una cultura cristiana se vuelve<br />

su otro y en que la presencia que se le daba dentro del significante (es la<br />

definición misma de voz) se transforma en pasado. La conquista capitalista<br />

escrituraria se articula con base en esta pérdida y sobre el esfuerzo<br />

gigantesco de las sociedades "modernas" por redefinirse sin esta voz. La<br />

tarea revolucionaria sólo es un efecto mayor. Resulta indisociab1e del<br />

mensaje que, hasta ahí, siempre había significado para otras civilizaciones<br />

su único fin (ninguna de ellas había sobrevivido a la muerte de sus<br />

dioses): "nuestros dioses ya no hablan: Dios ha muerto".<br />

Al mismo tiempo que la escritura, la relación con el lenguaje también<br />

se ha transformado. Una no va sin la otra, pero hay que subrayar<br />

igualmente este segundo aspecto para entender después la forma bajo la<br />

cual vuelve hoy el habla. Otro atajo histórico puede sugerirlo. El gran<br />

cambio de la modernidad se caracteriza primero, en el siglo XVII, por una<br />

devaluación del enunciado y una concentración en la enunciación. Cuando<br />

el locutor estaba seguro ("Dios habla en el mundo"), la atención se fijaba<br />

sobre el desciframiento de sus enunciados, los "misterios" del mundo.<br />

Pero cuando esta certeza se altera con las instituciones políticas y religiosas<br />

que la garantizaban, la pregunta se"dirigehacia la posibilidad de encontrar<br />

sustitutos para el único locutor: ¿quién va a hablar? y ¿a quién?<br />

La desaparición del Primer locutor crea el problema de la comunicación,<br />

es decir de un lenguaje por hacer y ya no sólo por escuchar. En el océano<br />

del lenguaje progresivamente diseminado, mundo sin barreras y sin anclas<br />

(se toma dudoso, y pronto improbable, que un sujeto Único se lo<br />

apropie para hacerlo hablar), cada discurso particular atestigua la ausencia<br />

del sitio que, en el pasado, era asignado al individuo por la organización<br />

de un cosmos, y por tanto la necesidad de ganarse un sitio por medio<br />

de una manera propia de tratar una región del lenguaje. Dicho de<br />

otra forma, por perder su sitio, el individuo nace como sujeto. El lugar<br />

que antes le fijaba una lengua cosmológica, entendida como "vocación"<br />

y colocación en un orden del mundo, se convierte en una "nada", una<br />

especie de vacío, que empuja al sujeto a dominar un espacio, a plantearse<br />

a sí mismo como productor de escritura.<br />

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