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manuscritos autobiográficos (historia de un alma) - Catholic.net

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«¡Santísimo Padre, en honor <strong>de</strong> vuestras bodas <strong>de</strong> oro, permitidme entrar<br />

en el Carmelo a los 15 años...!»<br />

Sin duda, la emoción hacía temblar mi voz. Por lo que el Santo Padre,<br />

volviéndose hacia el Sr. Révérony, que me miraba asombrado y<br />

disgustado, le dijo:<br />

«No comprendo bien».<br />

Si Dios lo hubiera permitido, le habría sido fácil al Sr. Révérony<br />

alcanzarme lo que <strong>de</strong>seaba, pero Dios quería darme cruz, y no consuelo.<br />

«Santísimo Padre (respondió el Vicario General), se trata <strong>de</strong> <strong>un</strong>a niña que<br />

<strong>de</strong>sea entrar en el Carmelo a los 15 años; pero los superiores están en<br />

estos momentos estudiando la cuestión».<br />

«Bueno, hija mía, respondió el Santo Padre mirándome bondadosamente,<br />

haz lo que te digan los superiores»:<br />

Entonces, apoyando mis manos [63vº] en sus rodillas, hice <strong>un</strong> último<br />

intento y le dije con voz suplicante:<br />

«¡Sí, Santísimo Padre! Pero si usted dijese que sí, todo el m<strong>un</strong>do estaría<br />

<strong>de</strong> acuerdo».<br />

Me miró fijamente y pron<strong>un</strong>ció estas palabras, recalcando cada sílaba:<br />

«Vamos... vamos... Entrarás si Dios lo quiere...» (Y su acento tenía <strong>un</strong> no<br />

sé qué <strong>de</strong> tan pe<strong>net</strong>rante y convincente, que aún me parece estar<br />

oyéndole).<br />

Animada por la bondad <strong>de</strong>l Santo Padre, quise seguir hablando, pero los<br />

dos guardias nobles me tocaron cortésmente, para que me levantase; y<br />

viendo que con eso no bastaba, me cogieron por los brazos y el Sr.<br />

Révérony les ayudó a levantarme, pues seguía con las manos j<strong>un</strong>tas<br />

apoyadas en las rodillas <strong>de</strong>l Santo Padre, y tuvieron que arrancarme <strong>de</strong><br />

sus pies a viva fuerza...<br />

Mientras me quitaban <strong>de</strong> en medio <strong>de</strong> esa manera, el Santo Padre acercó<br />

su mano a mis labios y <strong>de</strong>spués la levantó para ben<strong>de</strong>cirme. Entonces los<br />

ojos se me llenaron <strong>de</strong> lágrimas, y el Sr. Révérony pudo contemplar al<br />

menos tantos diamantes como había visto en Bayeux...

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