manuscritos autobiográficos (historia de un alma) - Catholic.net
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Cuando, a los 15 años, tuve la dicha <strong>de</strong> entrar en el Carmelo, me encontré<br />
con <strong>un</strong>a compañera <strong>de</strong> noviciado que había ingresado <strong>un</strong>os meses antes.<br />
Tenía ocho años más que yo; pero su temperamento infantil borraba la<br />
diferencia <strong>de</strong> los años, así que pronto usted, Madre, tuvo la alegría <strong>de</strong> ver<br />
que sus dos postulantes se entendían a las mil maravillas y se hacían<br />
inseparables.<br />
En or<strong>de</strong>n a propiciar aquel afecto naciente, que le parecía que había <strong>de</strong><br />
dar buenos frutos, nos permitió que tuviéramos j<strong>un</strong>tas, <strong>de</strong> vez en cuando,<br />
alg<strong>un</strong>as charlas espirituales.<br />
Mi querida compañera me encantaba por su inocencia y por su carácter<br />
abierto. Pero, por otro lado, me extrañaba ver cuán distinto era el afecto<br />
que ella le tenía a usted <strong>de</strong>l que le tenía yo. Había también, en su<br />
comportamiento con las hermanas, muchas otras cosas que yo hubiera<br />
<strong>de</strong>seado que cambiase...<br />
Ya en aquella época Dios me hizo [21rº] compren<strong>de</strong>r que hay <strong>alma</strong>s a las<br />
que su misericordia no se cansa <strong>de</strong> esperar, a las que no conce<strong>de</strong> su luz<br />
sino paso a paso. Por eso, yo me cuidaba muy bien <strong>de</strong> a<strong>de</strong>lantar su hora y<br />
esperaba pacientemente a que Jesús tuviese a bien hacerla llegar.<br />
Reflexionando <strong>un</strong> día sobre el permiso que usted nos había dado para<br />
hablar y así inflamarnos más en el amor <strong>de</strong> nuestro Esposo, como dicen<br />
nuestras santas Constituciones, me di cuenta con tristeza <strong>de</strong> que nuestras<br />
conversaciones no alcanzaban el fin <strong>de</strong>seado. Entonces Dios me dio a<br />
enten<strong>de</strong>r que había llegado el momento y que ya no tenía por qué tener<br />
miedo a hablar, o que, <strong>de</strong> lo contrario, <strong>de</strong>bería poner fin a <strong>un</strong>as<br />
conversaciones que tanto se parecían a las <strong>de</strong> dos amigas <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do<br />
Aquel día era sábado. Al día siguiente, durante la acción <strong>de</strong> gracias, le<br />
pedí a Dios que pusiera en mi boca palabras tiernas y convincentes, o,<br />
más bien, que hablase él mismo por mi boca. Jesús escuchó mi oración y<br />
permitió que el resultado colmase ampliamente mi esperanza, pues los<br />
que vuelvan su mirada hacia él quedarán radiantes (Sal XXXIII) y la luz<br />
brillará en las tinieblas para los rectos <strong>de</strong> corazón. Las primeras palabras<br />
se aplican a mí y las seg<strong>un</strong>das a mi compañera, que realmente tenía <strong>un</strong><br />
corazón recto...<br />
Cuando llegó la hora en que habíamos quedado para encontrarnos, al<br />
poner los ojos en mí la pobre hermanita se dio cuenta enseguida <strong>de</strong> que yo<br />
no era la misma. Se sentó a mi lado, sonrojada, y yo, apoyando su cabeza<br />
en mi corazón, le dije, con llanto en [21vº] la voz, todo lo que pensaba <strong>de</strong>