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manuscritos autobiográficos (historia de un alma) - Catholic.net

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Su bondad para conmigo no tenía límites, y, sin embargo, mi <strong>alma</strong> no<br />

lograba expansionarse con ella... Me suponía <strong>un</strong> gran esfuerzo hacer con<br />

ella la conferencia espiritual. Como no estaba acostumbrada a hablar <strong>de</strong><br />

mi <strong>alma</strong>, no sabía cómo expresar lo que sucedía en mi interior. Una Madre<br />

ya mayor intuyó <strong>un</strong> día lo que me pasaba y me dijo, sonriendo, en la<br />

recreación: -«Hijita, me parece que tú no <strong>de</strong>bes <strong>de</strong> tener gran cosa que<br />

<strong>de</strong>cir a las superioras».-«¿Por qué dice eso, Madre...?» -«Porque tu <strong>alma</strong><br />

es extremadamente sencilla ; y cuando seas perfecta, serás más sencilla<br />

todavía, pues cuanto <strong>un</strong>o más se acerca a Dios, más se simplifica».<br />

Aquella anciana Madre tenía razón. No obstante, la dificultad que yo tenía<br />

para abrir mi <strong>alma</strong>, a<strong>un</strong> cuando proviniese <strong>de</strong> mi sencillez, era <strong>un</strong> auténtico<br />

problema para mí. Lo reconozco hoy que, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> ser sencilla, [71rº]<br />

expreso con gran facilidad lo que pienso.<br />

He dicho que Jesús había sido «mi director espiritual». Cuando entré en el<br />

Carmelo, conocí al que podía haberlo sido. Pero apenas me había<br />

admitido entre el número <strong>de</strong> sus hijas, tuvo que partir para el exilio... Así<br />

que sólo lo conocí para per<strong>de</strong>rle enseguida... Reducida a no recibir <strong>de</strong> él<br />

más que <strong>un</strong>a carta al año, por doce que yo le escribía, pronto mi corazón<br />

se volvió hacia el Director <strong>de</strong> los directores, y él fue quien me instruyó en<br />

esa ciencia escondida a los sabios y a los pru<strong>de</strong>ntes, que él quiere revelar<br />

a los más pequeños...<br />

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La Santa Faz<br />

La florecita trasplantada a la montaña <strong>de</strong>l Carmelo tenía que abrirse a la<br />

sombra <strong>de</strong> la cruz; las lágrimas y la sangre <strong>de</strong> Jesús fueron su rocío, y su<br />

Faz adorable velada por el llanto fue su sol...<br />

Hasta entonces todavía no había yo son<strong>de</strong>ado la prof<strong>un</strong>didad <strong>de</strong> los<br />

tesoros escondidos en la Santa Faz. Fuiste tú, Madre querida, quien me<br />

enseñó a conocerlos. Lo mismo que, hacía años, nos habías precedido a<br />

las <strong>de</strong>más en el Carmelo, así también fuiste tú la primera en pe<strong>net</strong>rar los<br />

misterios <strong>de</strong> amor ocultos en el rostro <strong>de</strong> nuestro Esposo. Entonces tú me<br />

llamaste, y comprendí...<br />

Comprendí en qué consistía la verda<strong>de</strong>ra gloria. Aquel cuyo reino no es <strong>de</strong><br />

este m<strong>un</strong>do me hizo ver que la verda<strong>de</strong>ra sabiduría consiste en «querer<br />

ser ignorada y tenida en nada», en «cifrar la propia alegría en el <strong>de</strong>sprecio<br />

<strong>de</strong> sí mismo».

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