manuscritos autobiográficos (historia de un alma) - Catholic.net
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campo <strong>de</strong> batalla? ¿Se les ha reprochado el volar j<strong>un</strong>tos a recoger la<br />
p<strong>alma</strong> <strong>de</strong>l martirio...? Al contrario, se ha pensado, [9rº] y con razón, que se<br />
animaban mutuamente, pero también que el martirio <strong>de</strong> cada <strong>un</strong>o <strong>de</strong> ellos<br />
se convertía en el martirio <strong>de</strong> todos los <strong>de</strong>más.<br />
Lo mismo ocurre en la vida religiosa, a la que los teólogos llaman martirio.<br />
El corazón, al entregarse a Dios, no pier<strong>de</strong> su cariño natural; al contrario,<br />
ese cariño crece al hacerse más puro y más divino.<br />
Madre querida, con este cariño la amo yo a usted y amo a mis hermanas.<br />
Soy feliz <strong>de</strong> combatir en familia11 por la gloria <strong>de</strong>l Rey <strong>de</strong> los cielos. Pero<br />
estoy dispuesta también a volar a otro campo <strong>de</strong> batalla, si el divino<br />
General me expresa su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> que lo haga. No haría falta <strong>un</strong>a or<strong>de</strong>n,<br />
bastaría <strong>un</strong>a mirada, <strong>un</strong>a simple señal.<br />
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La vocación misionera<br />
Des<strong>de</strong> mi entrada en el arca bendita, siempre he pensado que si Jesús no<br />
me llevaba muy pronto al cielo, mi suerte sería la misma que la <strong>de</strong> la<br />
palomita <strong>de</strong> Noé: que <strong>un</strong> día el Señor abriría la ventana <strong>de</strong>l arca y me<br />
mandaría volar muy lejos, muy lejos, hacia las riberas infieles, llevando<br />
conmigo la ramita <strong>de</strong> olivo.<br />
Este pensamiento, Madre, ha hecho que mi <strong>alma</strong> creciera, y me ha hecho<br />
cernerme por encima <strong>de</strong> todo lo creado. Comprendí que incluso en el<br />
Carmelo podía haber separaciones y que sólo en el cielo la <strong>un</strong>ión será<br />
completa y eterna. Y entonces quise que mi <strong>alma</strong> habitase en el cielo y<br />
que sólo <strong>de</strong> lejos mirase las cosas <strong>de</strong> la tierra. Acepté no sólo <strong>de</strong>sterrarme<br />
yo a <strong>un</strong> pueblo <strong>de</strong>sconocido, sino que también -lo cual me resultaba<br />
mucho más amargo- acepté el <strong>de</strong>stierro [9vº] <strong>de</strong> mis hermanas.<br />
N<strong>un</strong>ca olvidaré el 2 <strong>de</strong> agosto <strong>de</strong> 1896. Aquel día, que coincidió<br />
precisamente con el <strong>de</strong> la partida <strong>de</strong> los misioneros12, se trató muy en<br />
serio <strong>de</strong> la partida <strong>de</strong> la madre Inés <strong>de</strong> Jesús. Yo no hubiera movido <strong>un</strong><br />
solo <strong>de</strong>do para impedirle partir; sin embargo, sentía <strong>un</strong>a gran tristeza en mi<br />
corazón. Me parecía que su <strong>alma</strong>, tan sensible y <strong>de</strong>licada, no estaba<br />
hecha para vivir entre <strong>un</strong>as <strong>alma</strong>s que no sabrían compren<strong>de</strong>rla. Otros mil<br />
pensamientos se agolpaban en mi mente. Y Jesús callaba, no increpaba a<br />
la tempestad... Y yo le <strong>de</strong>cía: Dios mío, por tu amor lo acepto todo. Si así<br />
lo quieres, acepto sufrir hasta morir <strong>de</strong> pena.<br />
Jesús se contentó con la aceptación. Pero alg<strong>un</strong>os meses <strong>de</strong>spués se<br />
habló <strong>de</strong> la partida <strong>de</strong> sor Genoveva y <strong>de</strong> sor María <strong>de</strong> la Trinidad. Aquélla