manuscritos autobiográficos (historia de un alma) - Catholic.net
manuscritos autobiográficos (historia de un alma) - Catholic.net
manuscritos autobiográficos (historia de un alma) - Catholic.net
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Todas las semanas tú me escribías <strong>un</strong>a linda cartita, que me llenaba el<br />
<strong>alma</strong> <strong>de</strong> pensamientos prof<strong>un</strong>dos y me ayudaba a practicar la virtud.<br />
Aquella carta era <strong>un</strong> consuelo para tu pobre hijita, que hacía <strong>un</strong> sacrificio<br />
tan gran<strong>de</strong> al aceptar que no fueras tú quien la preparara cada tar<strong>de</strong> en tu<br />
regazo, como lo habías hecho con Celina....<br />
María reemplazó a Paulina. Me sentaba en su regazo y allí escuchaba con<br />
avi<strong>de</strong>z lo que me <strong>de</strong>cía. Creo que todo su corazón, tan gran<strong>de</strong> y tan<br />
generoso, se volcaba en el mío. Como los gran<strong>de</strong>s guerreros enseñan a<br />
sus hijos el oficio <strong>de</strong> las armas, así me hablaba ella <strong>de</strong> las luchas <strong>de</strong> la<br />
vida y <strong>de</strong> la p<strong>alma</strong> que se entregará a los vencedores... María me hablaba<br />
también <strong>de</strong> las riquezas inmortales que po<strong>de</strong>mos atesorar fácilmente cada<br />
día, y <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sgracia que sería pasar j<strong>un</strong>to a ellas sin querer tomarse la<br />
molestia <strong>de</strong> exten<strong>de</strong>r la mano para cogerlas. Luego me enseñaba la forma<br />
<strong>de</strong> ser santa por la fi<strong>de</strong>lidad en las cosas más pequeñas. Me dio la hojita<br />
«El ren<strong>un</strong>ciamiento», que yo meditaba con auténtico placer...<br />
¡Y qué elocuente que era mi querida madrina! Me hubiera gustado no ser<br />
yo la única que escuchase sus prof<strong>un</strong>das enseñanzas. Me llegaban tan a<br />
lo hondo, que, en mi ingenuidad, pensaba que hasta los más gran<strong>de</strong>s<br />
pecadores se habrían conmovido como yo, y que, abandonando sus<br />
riquezas perece<strong>de</strong>ras, sólo querrían ganar ya [33vº] las <strong>de</strong>l cielo...<br />
Hasta entonces, nadie me había enseñado todavía la forma <strong>de</strong> hacer<br />
oración, a pesar <strong>de</strong> que tenía muchas ganas. Pero María pensaba que era<br />
ya bastante piadosa, y no me <strong>de</strong>jaba hacer más que mis oraciones.<br />
Un día, <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las profesoras <strong>de</strong> la Abadía me preg<strong>un</strong>tó qué hacía los días<br />
libres cuando estaba sola. Yo le contesté que me metía en <strong>un</strong> espacio<br />
vacío que había <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mi cama y que podía cerrar fácilmente con la<br />
cortina, y que allí «pensaba». -¿Y en qué piensas?, me dijo. -Pienso, en<br />
Dios, en la vida..., en la ETERNIDAD, bueno, pienso... La religiosa se rió<br />
mucho <strong>de</strong> mí. Más tar<strong>de</strong>, le gustaba recordarme aquel tiempo en que yo<br />
pensaba, y me preg<strong>un</strong>taba si todavía seguía pensando... Ahora<br />
comprendo que, sin saberlo, hacía oración y que ya Dios me instruía en lo<br />
secreto.<br />
Los tres meses <strong>de</strong> preparación pasaron rápidamente, y pronto tuve que<br />
entrar en ejercicios, y para ello hacerme pensionista interna y dormir en la<br />
Abadía.<br />
Me resulta imposible expresar el dulce recuerdo que me <strong>de</strong>jaron estos<br />
ejercicios. Verda<strong>de</strong>ramente, si había sufrido mucho en el internado, la