manuscritos autobiográficos (historia de un alma) - Catholic.net
manuscritos autobiográficos (historia de un alma) - Catholic.net
manuscritos autobiográficos (historia de un alma) - Catholic.net
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Sin embargo, Victoria me quería mucho, y yo también a ella. Un día me<br />
sacó <strong>de</strong> <strong>un</strong> gran aprieto, en el que yo había caído por mi culpa. Victoria<br />
estaba planchando y tenía a su lado <strong>un</strong> cubo <strong>de</strong> agua. Yo estaba<br />
mirándola, balanceándome (como <strong>de</strong> costumbre) en <strong>un</strong>a silla. De repente,<br />
me falló la silla y caí, pero no al suelo, sino ¡¡¡<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l cubo...!!! Estaba<br />
tocando la cabeza con los pies, y llenaba el cubo como <strong>un</strong> pollito llena el<br />
huevo... La pobre Victoria me miraba enormemente sorprendida, pues<br />
n<strong>un</strong>ca había visto cosa igual. Yo no veía la hora <strong>de</strong> salir <strong>de</strong>l cubo, pero<br />
imposible, la prisión era tan justa que no podía hacer el menor movimiento.<br />
Con cierta dificultad, Victoria me salvó <strong>de</strong>l gran aprieto; lo que no pudo<br />
salvar fue mi vestido y todo lo <strong>de</strong>más, y se vio obligada a cambiarme, pues<br />
estaba hecha <strong>un</strong>a sopa.<br />
Otra vez me caí en la chimenea. Por suerte el fuego no estaba [16vº]<br />
encendido, y Victoria no tuvo más trabajo que el <strong>de</strong> levantarme y<br />
sacudirme la ceniza que me cubría <strong>de</strong> pies a cabeza. Todas estas<br />
aventuras me sucedían los miércoles, mientras tú y María estabais en el<br />
canto.<br />
------------------------------------------------------------------------<br />
Primera confesión<br />
Fue también <strong>un</strong> miércoles cuando vino a visitarnos el Sr. Ducellier. Cuando<br />
Victoria le dijo que no había nadie en casa, más que Teresita, entró a la<br />
cocina para verme, y estuvo mirando mis <strong>de</strong>beres. Me sentí muy orgullosa<br />
<strong>de</strong> recibir a mi confesor, pues había hecho poco antes mi primera<br />
confesión.<br />
¡Qué dulce recuerdo aquel...! ¡Con cuánto esmero me preparaste, Madre<br />
querida, diciéndome que no era a <strong>un</strong> hombre a quien iba a <strong>de</strong>cir mis<br />
pecados, sino a Dios! Estaba prof<strong>un</strong>damente convencida <strong>de</strong> ello, por lo<br />
que me confesé con gran espíritu <strong>de</strong> fe, y hasta te preg<strong>un</strong>té si no tendría<br />
que <strong>de</strong>cirle al Sr. Ducellier que lo amaba con todo el corazón, ya que era a<br />
Dios a quien le iba a hablar en su persona...<br />
Bien instruida acerca <strong>de</strong> todo lo que tenía que <strong>de</strong>cir y hacer, entré al<br />
confesonario y me puse <strong>de</strong> rodillas; pero al abrir la ventanilla, el Sr.<br />
Ducellier no vio a nadie: yo era tan pequeña, que mi cabeza quedaba por<br />
<strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la tabla <strong>de</strong> apoyar las manos. Entonces me mandó ponerme <strong>de</strong><br />
pie. Obe<strong>de</strong>cí en seguida, me levanté y, poniéndome exactamente frente a<br />
él para verle bien, me confesé como <strong>un</strong>a persona mayor, y recibí su<br />
bendición con gran fervor, pues tú me habías dicho que en esos momentos<br />
las lágrimas <strong>de</strong>l Niño Jesús purificarían mi <strong>alma</strong>. Recuerdo que en la<br />
primera exhortación que me hizo me invitó, sobre todo, a que tener