manuscritos autobiográficos (historia de un alma) - Catholic.net
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<strong>de</strong>voción a la Santísima Virgen, y yo prometí redoblar mi ternura hacia ella.<br />
Al salir <strong>de</strong>l confesonario, me sentía tan contenta y ligera, que n<strong>un</strong>ca había<br />
sentido tanta alegría en mi [17rº] <strong>alma</strong>. Después volví a confesarme en<br />
todas las fiestas importantes, y cada vez que lo hacía era para mí <strong>un</strong>a<br />
verda<strong>de</strong>ra fiesta.<br />
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Fiestas y domingos en familia<br />
¡Las fiestas...! ¡Cuántos recuerdos me trae esta palabra...! ¡Cómo me<br />
gustaban las fiestas...! Tú, Madre querida, sabías explicarme tan bien<br />
todos los misterios que en cada <strong>un</strong>a <strong>de</strong> ellas se encerraban, que eran para<br />
mí auténticos días <strong>de</strong> cielo. Me gustaban, sobre todo, las procesiones <strong>de</strong>l<br />
Santísimo. ¡Qué alegría arrojar flores al paso <strong>de</strong>l Señor...! Pero en vez <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>jarlas caer, yo las lanzaba lo más alto que podía, y cuando veía que mis<br />
hojas <strong>de</strong>shojadas tocaban la sagrada custodia, mi felicidad llegaba al<br />
colmo...<br />
¡Las fiestas! Si bien las gran<strong>de</strong>s eran raras, cada semana traía <strong>un</strong>a muy<br />
entrañable para mí.: «el domingo». ¡Qué día el domingo...! Era la fiesta <strong>de</strong><br />
Dios, la fiesta <strong>de</strong>l <strong>de</strong>scanso. Empezaba por quedarme en la cama más<br />
tiempo que los otros días; a<strong>de</strong>más, mamá Paulina mimaba a su hijita<br />
llevándole el chocolate a la cama, y <strong>de</strong>spués la vestía como a <strong>un</strong>a<br />
reinecita...<br />
La madrina venía a peinar los rizos <strong>de</strong> su ahijada, que no siempre era<br />
buena cuando le alisaban el pelo, pero luego se iba muy contenta a coger<br />
la mano <strong>de</strong> su rey, que ese día la besaba con mayor ternura aún que <strong>de</strong><br />
ordinario.<br />
Después toda la familia iba a misa. Durante todo el camino, y también en<br />
la iglesia, la reinecita <strong>de</strong> papá le daba la mano. Su sitio estaba j<strong>un</strong>to al <strong>de</strong><br />
él, y cuando teníamos que sentarnos para el sermón, había que encontrar<br />
también dos sillas, <strong>un</strong>a j<strong>un</strong>to a otra. Esto no resultaba muy difícil, pues<br />
todo el m<strong>un</strong>do parecía encontrar tan entrañable el ver a <strong>un</strong> anciano tan<br />
venerable con <strong>un</strong>a hija tan pequeña, que la gente se apresuraba a<br />
ce<strong>de</strong>rnos el asiento. Mi tío, que ocupaba los bancos <strong>de</strong> los mayordomos,<br />
gozaba al vernos llegar y <strong>de</strong>cía que yo era su [17vº] rayito <strong>de</strong> sol...<br />
No me preocupaba lo más mínimo que me mirasen. Escuchaba con mucha<br />
atención los sermones, a<strong>un</strong>que no entendía casi nada. El primero que<br />
entendí, y que me impresionó prof<strong>un</strong>damente, fue <strong>un</strong>o sobre la pasión,<br />
predicado por el Sr. Ducellier, y <strong>de</strong>spués entendí ya todos los <strong>de</strong>más.<br />
Cuando el predicador hablaba <strong>de</strong> santa Teresa, papá se inclinaba y me