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manuscritos autobiográficos (historia de un alma) - Catholic.net

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Después <strong>de</strong> visitar los lugares impregnados por el aroma <strong>de</strong> las virtu<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

san Francisco y santa Clara, terminamos en el monasterio <strong>de</strong> Santa Inés,<br />

hermana <strong>de</strong> santa Clara.<br />

Yo había estado contemplando a mis anchas la cabeza <strong>de</strong> la santa y<br />

cuando me retiraba, <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las últimas, me di cuenta <strong>de</strong> que había perdido<br />

el cinturón. Lo busqué en medio <strong>de</strong> la muchedumbre. Un sacerdote se<br />

compa<strong>de</strong>ció <strong>de</strong> mí y me ayudó; pero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> habérmelo encontrado, le<br />

vi alejarse, y yo me quedé sola buscando, pues a<strong>un</strong>que tenía el cinturón<br />

no me lo podía poner, pues faltaba la hebilla... Por fin, la vi brillar en <strong>un</strong><br />

rincón. Cogerla y ajustarla al cinturón no me llevó mucho tiempo, pero todo<br />

el trabajo anterior sí que me lo había llevado. Así que me quedé <strong>de</strong> <strong>un</strong>a<br />

pieza al ver que estaba sola al salir <strong>de</strong> la iglesia. Todos los coches, y eran<br />

muchos, habían <strong>de</strong>saparecido, excepto el <strong>de</strong>l Sr. Révérony. ¿Qué <strong>de</strong>cisión<br />

tomar? ¿Echarme a correr <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los coches, que ya no se veían,<br />

exponiéndome a per<strong>de</strong>r el tren, con la consiguiente preocupación <strong>de</strong> mi<br />

querido papá, o bien pedir <strong>un</strong> sitio en la calesa <strong>de</strong>l Sr. Révérony...?<br />

Me <strong>de</strong>cidí por esta última solución. Con la mayor amabilidad y lo menos<br />

apurada que pu<strong>de</strong>, a pesar <strong>de</strong> mi apuro, le expuse mi crítica situación y lo<br />

puse a él mismo en <strong>un</strong> apuro, pues su coche iba lleno <strong>de</strong> los más<br />

distinguidos caballeros <strong>de</strong> la peregrinación. Imposible encontrar <strong>un</strong>a plaza<br />

libre. Pero <strong>un</strong> caballero muy galante se apresuró a bajar, me hizo ocupar<br />

su asiento, y se puso él mo<strong>de</strong>stamente al lado <strong>de</strong>l cochero. Parecía <strong>un</strong>a<br />

ardilla atrapada en <strong>un</strong> cepo, y estaba muy lejos <strong>de</strong> encontrarme a gusto,<br />

ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> todos aquellos personajes ilustres, y sobre todo <strong>de</strong>l más<br />

temible <strong>de</strong> todos ellos, frente al cual iba sentada... Sin embargo, estuvo<br />

muy [66rº] amable conmigo, interrumpiendo <strong>de</strong> vez en cuando su<br />

conversación con los caballeros para hablarme <strong>de</strong>l Carmelo.<br />

Antes <strong>de</strong> llegar a la estación, todos aquellos gran<strong>de</strong>s personajes sacaron<br />

sus gran<strong>de</strong>s mone<strong>de</strong>ros para dar <strong>un</strong>a propina al cochero (que ya estaba<br />

pagado). Yo hice lo mismo, y saqué mi diminuto mone<strong>de</strong>ro, pero el Sr.<br />

Révérony no me permitió sacar mis preciosas moneditas y prefirió dar él<br />

<strong>un</strong>a gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> las suyas por los dos.<br />

En otra ocasión volví a encontrarme a su lado en el ómnibus. Estuvo más<br />

amable todavía, y me prometió hacer todo lo que pudiera para que entrase<br />

en el Carmelo...<br />

A<strong>un</strong>que estos breves encuentros pusieron <strong>un</strong> poco <strong>de</strong> bálsamo en mis<br />

llagas, no pudieron evitar que el regreso fuese mucho menos placentero<br />

que la ida, pues ya no tenía la esperanza «<strong>de</strong>l Santo Padre». No

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