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manuscritos autobiográficos (historia de un alma) - Catholic.net

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[12rº] Sí, verda<strong>de</strong>ramente todo me sonreía en la tierra. Encontraba flores a<br />

cada paso que daba, y mi carácter alegre contribuía también a hacerme<br />

agradable la vida.<br />

Pero <strong>un</strong> nuevo período se iba a abrir para mi <strong>alma</strong>. Tenía que pasar por el<br />

crisol <strong>de</strong> la prueba y sufrir <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi infancia, para po<strong>de</strong>r ofrecerme mucho<br />

antes a Jesús. Igual que las flores <strong>de</strong> la primavera comienzan a germinar<br />

bajo la nieve y se abren a los primeros rayos <strong>de</strong>l sol, así también la<br />

florecita cuyos recuerdos estoy escribiendo tuvo que pasar también por el<br />

invierno <strong>de</strong> la tribulación...<br />

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CAPÍTULO II<br />

EN LOS BUISSONNETS (1877-1881)<br />

Muerte <strong>de</strong> mamá<br />

Todos los <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> la enfermedad <strong>de</strong> nuestra querida madre siguen<br />

todavía vivos en mi corazón. Me acuerdo, sobre todo, <strong>de</strong> las últimas<br />

semanas que pasó en la tierra.<br />

Celina y yo vivíamos como dos pobres <strong>de</strong>sterradas. Todas las mañanas,<br />

venía a buscarnos la señora <strong>de</strong> Leriche y pasábamos el día en su casa. Un<br />

día, no habíamos tenido tiempo <strong>de</strong> rezar nuestras oraciones antes <strong>de</strong> salir,<br />

y por el camino Celina me dijo muy bajito: -«¿Tenemos que <strong>de</strong>cirle que no<br />

hemos rezado...» -«Sí», le contesté, y entonces ella se lo dijo muy<br />

tímidamente a la señora <strong>de</strong> Leriche, que nos respondió: -«Bien, hijitas,<br />

ahora las haréis». Y <strong>de</strong>jándonos solas en <strong>un</strong>a habitación muy gran<strong>de</strong>, se<br />

fue... Entonces Celina me miró y dijimos: «¡Ay, no es como con mamá...!<br />

Ella nos hacía rezar todos los días...»<br />

Cuando jugábamos con las niñas, nos perseguía <strong>de</strong> continuo el recuerdo<br />

<strong>de</strong> nuestra madre querida. Una vez que a Celina le dieron <strong>un</strong> albaricoque,<br />

se inclinó hacia mí y me dijo muy bajito: «No lo comeremos, se lo daré a<br />

mamá». Pero, ¡ay!, nuestra pobre mamaíta estaba ya <strong>de</strong>masiado enferma<br />

para comer las frutas <strong>de</strong> la tierra. Ya sólo en el cielo podría saciarse con la<br />

gloria <strong>de</strong> Dios y beber con Jesús el vino misterioso <strong>de</strong>l que él habló en la<br />

última cena cuando dijo que lo compartiría con nosotros en el reino <strong>de</strong> su<br />

Padre.

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