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203 Dic - Scherzo

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D O S I E RVEINTE AÑOS DE MÚSICA EN ESPAÑA118G. ha tenido responsabilidades aquí y allá. Es un supervivientede diversas administraciones y partidos. “Me finjoinvisible”, dice. “Procuro no ocupar la zona vídeo y melimito a la zona audio”. Que no me vean, pero que necesitenoírme. Muy ingenioso, le digo. No lo he inventado yo,responde, pero no me desvela la fuente.Estrategias en el reino de LiliputLe pregunto si es cierto que cuando estuvo en X un directivoque procedía de la vanguardia musical desaconsejó subvencionarcierta obra teatral de un dramaturgo porque unestreno anterior de éste había sido un fracaso. Me pidedetalles. Se los doy. Ríe. Sí, es cierto, pero aquello sólo erauna pequeña venganza personal. Los compositores así vanbien arropados; una obra suya, entre otras cuatro o cinco,velada única. El local no se llena, pero se ocupan muchasbutacas con las familias de los compositores y los músicos.Se graba, y lo da y lo repite más tarde Radio Nacional deEspaña. Una buena reseña de un amigo en un periódico, yya está. Has estrenado, eres compositor. Y entonces uno deesos tipos llega a directivo y dice que una obra teatral quesólo tuvo 25000 espectadores de pago y 1000 invitados fueun fracaso.— Ahí está mi dilema moral —dice G., con una sonrisaque desmiente cualquier moralidad—, espero de él cualquiercosa. Vienes tú y me dices que si creación contemporáneapor aquí, que si compositores vivos por allá. Y yo tepregunto: ¿tengo derecho a gastar el dinero público encomposiciones que no le interesan a nadie?Vuelve a sonreír. De la misma manera cínica.— ¿Había una demanda social de auditorios —le pregunto—,o ha sido la Administración la que ha propiciadola oferta, de manera que ahora se ve como lo más natural?¿No sería lo mismo con los compositores?— Las infraestructuras son política ilustrada. Lo de lacreación es otra cosa. La música contemporánea es un artedistinto a otros. La podemos programar, pero con discreción.Tampoco los capos del gremio piden mucho más.Para eso tienen el CDMC (Centro para la Difusión de laMúsica Contemporánea).— Sí, me consta. El CDMC por fin alcanza su plenamadurez como institución y tiene una programaciónespléndida.— Tampoco quieren que se les note mucho —continúaG.—; la música se ha distanciado del público desde determinadomomento del siglo XX, y sobre todo con la vanguardiade Boulez, Nono y toda esa gente, esos que a ti tantote gustan, Santiago, no digas que no. Pero yo no puedoprogramar pensando en mi amigo Santiago. Tu admiradoHarnoncourt dice además que la composición de nuestrotiempo ha perdido enormemente en creatividad. El caso esque se han encerrado en una torre de cristal, en un gueto,en un gremio con reglas muy estrictas en las que ha primadoel ingenio insulso sobre la creatividad alegre. Yo, comogestor, no puedo gastar en eso más dinero que el necesariopara disimular.— ¿Puedo citarte?— Sin decir mi nombre ni dar señas que me localicen.— Cobarde.— Eres un cachondo, Santiago.— ¿Algo que añadir en cuanto a creación contemporánea?— Sí, algo que vale tanto para la música como para elteatro y el ballet; y para la ópera, claro está, sobre todo paralas propuestas escénicas que ahora abundan: una cosa es lamodernidad y otra la gesticulación, amigo Santiago. Si tengoque programar un gesticulador, que me lo alabe la prensa,que es lo que le gusta a mis superiores. Si no, ¿por quéhabría de hacerlo? Que vistan a los coros con uniformesTaquilla del Palau de la Música Catalana, con mosaicos de Lluís Bru.nazis ya no le sorprende a nadie, por favor. Al contrario,todo eso irrita por la poca imaginación que se demuestra.— Vaya, un gestor metido a crítico.— No, un gestor que lee a los críticos. A veces es útil.— ¿Cuándo?— Cuando te dan razones que te dan la razón.— ¿Y cuando no…?— Entonces, no.Le pregunto a G. si es cierto lo que me dice determinadodirector de orquesta: no me programan en los ciclosporque no soy titular de una orquesta, luego no puedocorresponder con una invitación a un ciclo mío; no tengociclo, no existo. G. se lo piensa un momento, vuelve a sonreíry responde: es totalmente cierto, pero eso no es cosamía, del gestor, sino del batuta. Felizmente, no se puedegeneralizar. Más risas.Esperaba que lo negase, esperaba tener que discutírselo,esperaba ponerle ante una evidencia: una, al menos. Noha hecho falta, maldita sea. Lo ha admitido con todas lasde la ley. Es más, me informa sobre algo que me sonabavagamente pero que desconocía en su detalle: los responsablesde no sé cuántos locales públicos producen por sucuenta un espectáculo y se lo ofrecen a sus colegas deotros teatros y auditorios, que los aceptan, porque a su vezofrecen los suyos y son aceptados por aquéllos, y así una yotra vez. A su vez, niegan el acceso de otros espectáculostras los que no hay gestores de locales… salvo que un político“sugiera” que los acepten. Todo ello, pagado con dineropúblico. Desde luego, yo había oído hablar de ciertofenómeno, el cortijismo o el síndrome de la caseta de laferia, pero se refería sobre todo a teatro, y sobre todo ateatro dirigido por artista, no por aparcero. Un artista alfrente de un presupuesto puede ser genial o puede sertemible. Siempre será arbitrario, parcial, sectario. Landowskinos advirtió de ello en aquel bonito libro. En fin, hablarcon G., o con los diversos g. que dan la G., resulta muyinstructivo.Patrocinadores y blindajesMe informa G. de algunas cuestiones de gran interés.Por ejemplo, que el patrocinio privado tiene debilidad porla música culta (admite la contemporánea en pequeñas

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