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203 Dic - Scherzo

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D O S I E RVEINTE AÑOS DE MÚSICA EN ESPAÑAGrabaciones españolas: panorámica de dos décadasUN PASO DE GIGANTEPropongamos un ejercicio de memoria musical para discófilos que —como poco— frisan hoy la cuarentena:echemos la vista veinte años atrás, exactamente hasta diciembre de 1985, el mismo mes en que esta revistaque hace ahora balance de dos décadas sacaba a la calle su esbelto nº 0 (62 páginas numeradas de las quepoco más de 8 estaban dedicadas a crítica discográfica).El paisaje de las grandes compañías del sector era muydiferente del actual: las futuras alianzas, fusiones yabsorciones entre multinacionales no se habían producido;CBS era todavía CBS; los bordes rojos de los discosde EMI repetían como un eco La voz de su amo; los cuadernillosy textos de contracarpeta estaban, casi sin excepción,traducidos a la lengua de Cervantes ¡libretos operísticosincluidos!; existían Telefunken e Hispavox; lo que aquí llegabade las grandes firmas era sólo una parte —presumiblementela más vendible— de sus extensos catálogos y parahacerse con los fondos de muchos pequeños sellos habíaque atravesar la frontera; otros eran distribuidos aquí porcompañías que ya ni existen y no pocas veces las deficienciasde prensado —porque el LP aún era el rey de las discotecasprivadas— hacían irreconocible el sonido del vinilooriginal fabricado en Inglaterra, Alemania o Estados Unidos.El disco compacto, ese objeto que para muchos parece apunto de entrar en fase terminal, llevaba cinco años implantadoen un mercado internacional en plena expansión mientraspor aquí comenzaba tímidamente a compartir los anaquelesde las tiendas de discos (y ésta sí que es una especie,sin ninguna duda, en vías de extinción) con los debilitadosLPs, un formato al que las discográficas comenzaban paulatinamentea renunciar en favor del pequeño y plateado CD.Ante este panorama, que para los más jóvenes —acostumbradosa adquirir sus discos en la red con rutinaria normalidad—puede parecer de música-ficción, el compradorde música clásica “enlatada” que quisiera llevarse a suhogar alguna muestra de nuestro rico —y, por entonces,desconocido— patrimonio musical no lo tenía demasiadofácil. Selecciones de cantigas y cancioneros medievales, unpuñado de maestros de la polifonía (Victoria, Morales, Guerrero),los vihuelistas acostumbrados en transcripciones aveces poco respetuosas, algunas antologías organísticas delRenacimiento y el Barroco, unas contadas sonatas del padreSoler, ciertas migajas románticas, guitarra (bastante, eso sí),los grandes nombres del piano nacionalista —Albéniz, Granadosy, aun así, con las páginas de siempre y enormes piélagos,más que lagunas, sin explorar—, los títulos máspopulares del género zarzuelero, Falla, Turina, algo deGuridi y Esplá, bastante más de Rodrigo, un silencio casiabsoluto con respecto a los músicos de la Segunda Repúblicay un salto hasta la actualidad con registros voluntariosos,muchas veces estimables, que cumplían una encomiablelabor de divulgación de nuestro patrimonio más reciente…cuando podían encontrarse en los puntos de venta. Y poco,muy poco más, como las cuatro novedades ¡todo un lujo!de Juan Bautista Plá, Joaquín Montero, Félix Máximo Lópezy Gaspar Cassadó que nuestro compañero Manuel GarcíaFranco comentaba en las págs. 30 y 31 del citado nº 0.DISCOSimportante papel de difusión de un repertorio en el quecasi todo estaba por hacer. Lo mismo cabe decir de la desaparecidaEtnos de Gabriel Moralejo, indispensable paraconocer nombres olvidados como los clasicistas ManuelCanales, Carlos Ordóñez, Mariana Martínez, los románticosTeobaldo Power, Eduardo Ocón, Miquel Capllonch o, ya enel siglo XX, el pianismo de Donostia, Gaos, Rodolfo yErnesto Halffter. Algunos magníficos registros propiciadospor Antonio Armet en Ensayo (los Albéniz, Falla y Turinade Esteban Sánchez, Mompou por Mompou, los Cuartetosde Guridi por el Enesco, el Chueca de Ros Marbà, Arriagapor López Cobos) se suman a una oferta a la que debenañadirse los pocos ejemplos (Falla, Rodrigo…) aportadospor una discografía internacional anclada en el color local,las grandes voces y los compositores de siempre.El repertorio contemporáneo había que rastrearlo entoncesen colecciones como ACSE y, sobre todo, EMEC, selloscomo Grabaciones Accidentales (Marco, Cristóbal Halffter…),además de contribuciones anteriores —casi agotadaso de muy difícil localización— a cargo de RCA, Hispavox yla ya extinta Movieplay. Otros registros más tangenciales, dedistribución casi confidencial, apenas conseguían traspasarlas fronteras de la ciudad de origen cuando no quedaban,en el peor de los casos, almacenados en las dependenciasdel organismo patrocinador, lo que no impidió disponer dealgunas aportaciones valiosas al raquítico panorama denovedades. En los primeros meses de vida de SCHERZOvieron la luz interesantes propuestas de Diapason/Dial(Félix Máximo López por María Teresa Chenlo), el Arriagavocal desconocido por López Cobos (Discobi) —que tambiénfirmaría entonces un monográfico orquestal AntonioJosé con la ONE—, páginas corales de Donostia y Guridipor Ansorena (Eresbil-Elkar), los Preludios de Barce porEulalia Solé (Etnos), el piano a cuatro manos de Marcial delAdalid por Miguel Zanetti y Fernando Turina para el mismosello o las Canciones de Mompou por Bustamante y Bravo(PDI), al tiempo que las voces contemporáneas encontrabaneco en los discos promovidos por el Círculo de BellasArtes —con José Luis Temes y su Grupo Círculo— y quecontaron con algunas referencias notables como la electrónicaCefeidas de Francisco Guerrero o, en medio de los fastossin huella del 92, la ambiciosa serie de Música españolacontemporánea (Gasa) con 11 títulos monográficos consagradosa Guinjoan, Fernández Guerra, Aracil, De Pablo, Llanas,Turina, Marco, Garrido, López López, Halffter y CharlesEmpeños y limitaciones144Con sus carencias y sus virtudes de entonces, el empeño deHispavox con su Colección de Música Antigua Española —en cuyo fondo de catálogo podía encontrarse, por ejemplo,a Jordi Savall y Genovena Gálvez juntos en torno a lasRecercadas del Tratado de Glosas de Diego Ortiz—, jugó un

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