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203 Dic - Scherzo

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D O S I E RVEINTE AÑOS DE MÚSICA EN ESPAÑAFE EN LA CREACIÓNMe pide SCHERZO que comente el recorrido de la música española contemporánea a lo largo de losveinte años de vida de esta publicación. Entre otras probables limitaciones, me faltan tiempo y sosiego paradesarrollar un ensayo con el rigor que el tema merece, pues, efectivamente, es tan rico que hasta podría serargumento interesante de libro. Han pasado muchas cosas, sí, no sólo las lógicas y naturales que el pasodel tiempo lleva consigo, sino también otras fruto de cambios profundos que, al lado de la normalevolución de la vida musical y concertística, apuntan a caracteres estéticos, sociales y de política musical.134Un hecho ejemplifica lo que acabamos de señalar. En1965, cuando el autor de estas líneas llegó a Madrid ycomenzó a personarse en esto de la música, asistiendo atodas las convocatorias —entonces se podía ir a todo, yaún había días en blanco—, la música del momento eraun revoltijo tan embarullado como apasionante. Vivían ycomponían Óscar Esplá, Federico Mompou, JoaquínRodrigo, Ernesto Halffter, Xavier Montsalvatge, FranciscoEscudero…, representantes de opciones estéticas enraizadasbastante atrás (todos los cuales, salvo el primero, hanfallecido en la era SCHERZO) mientras que, a la vez, pugnabanpor hacer oír sus voces jóvenes compositores queencontraban muy serios obstáculos: no ya por jóvenes, sinopor practicantes de un lenguaje nuevo que provocaba extrañeza,a menudo rechazo y hasta, en ocasiones, indignación.Entre unos y otros, dos generaciones intermedias un tantoocultas por el fragor de la batalla entre los extremos. Fueronlos tiempos de la fractura, una fractura de la que se siguehablando, en mi opinión por inercia, pues creo que ahora nohay tal. Ahora hay, por supuesto, músicas de ayer que sequieren oír siempre, sobre las cuales hay “demanda”, y músicasde hoy que nacen porque sus creadores sienten necesidadde escribirlas, no porque el público las necesite: innegablemente,hay un público para ellas, pero es un públicoreducido; el “grande” las oye cuando se las encuentra, con elrecelo que en cualquier materia provoca lo nuevo y desconocido,y, oídas, unas veces las recibe con desprecio o conindiferencia y otras con discreta cortesía o incluso —en ocasiones—con aplauso franco. Pero reina en el ambiente delos filarmónicos más despegados de la profesión —los oyentes“puros”— una sensación de que estrenar no es una amenazani una provocación, sino un hecho cultural que no sepuede taponar, salvo en las actividades programadas al margenpor completo de la Administración y de cualquier líneade acción político-cultural, que son muy pocas. Esto no esguerra, ni fractura, sino algo muy distinto: cuestión de gustos,preferencias, tendencias e inercias, algo que nunca ha faltadoni puede faltar y que, por lo tanto, es perfectamente calificablecomo normal. Pues bien, en 1985, cuando SCHERZOechó a andar, estaba comenzando ese deseable proceso denormalización en el que se ha progresado a lo largo de estosveinte años y en el que ahora estamos. Al margen de que lasituación de la actual música —los compositores, sus obras yla difusión concertística de éstas— nos parezca mejor o peor,más o menos alejada del ideal utópico, creo que hay datosobjetivos para ver con optimismo y juzgar positivamente elcaminar de la vida musical española en general y, en particular,la de la música de nuestro tiempo en este período delque la revista SCHERZO ha sido observadora privilegiada.Me resulta imposible tratar de este tema obviando, nisiquiera distanciándome de vivencias muy intensas y contrapuestasexperimentadas en las últimas semanas, inclusohoras. Me referiré primeramente a las tristes, incluso lacerantes:cuando distábamos de habernos repuesto del golpe de lamuerte de Manuel Castillo en Sevilla, se produce la de GonzaloOlavide en Manzanares el Real. Dos maestros, dos grandescompositores…, dos amigos. Poco antes se habían idoCOMPOSICIÓNAmando Blanquer y Ángel Oliver; y, un poco más atrás, perocomo quien dice ayer, Carmelo Bernaola. Todos ellos eranmiembros destacados de la actual generación de maestros,nacida en el entorno de 1930. Pero, si estos fallecimientoshan sido prematuros, mucho más lo fueron otros de los queSCHERZO ha dejado noticia en su andadura: Enrique X.Macías, Paco Guerrero, Jep Nuix, María Escribano, ManoloBalboa…, murieron jóvenes, muy lejos de haber dado todocuanto tenían.VitalidadPero me refería arriba a vivencias recientes y sólo he mencionadolas tristes. De otras se pueden derivar comentariossignificativos: de delante a atrás, el estreno de una ampliaobra encargada a Carlos Cruz de Castro por la FundaciónJuan March en conmemoración del cincuentenario de estainstitución; la inauguración de una nueva y excelente salaen el Museo Reina Sofía; el estreno de la Sinfonía que laOrquesta Sinfónica de la RTVE encargó a Jesús Torres; y lasrepresentaciones, en la Bienal de Venecia, de óperas deJosé Manuel López López, Luis de Pablo y Jesús Rueda. Conrespecto a la primera, cabe felicitarse de que algunas iniciativasprivadas potencien entre nosotros la creación de músicanueva, siendo la Fundación March una auténtica campeona,tanto por la largura de su trayectoria —estaba muy solacuando empezó e hizo sola un buen tramo del recorrido—,como por la vitalidad que muestra cincuenta años despuésal no marginar la música de sus actos conmemorativos y,sobre ello, al renunciar a proponer, en el día señalado,cualquiera de las docenas de hermosísimos programas quehubiera podido plantear con obras nacidas por iniciativasuya a lo largo de este tiempo, en beneficio de un nuevoencargo y estreno.Del formidable concierto del Cuarteto Arditti en el ReinaSofía —con obras del llorado Guerrero, de su más cualificadodiscípulo (Alberto Posadas) y de dos veteranosmaestros, felizmente en plena forma, Cristóbal Halffter yLuis de Pablo— derivo un positivo comentario hacia lasmagníficas posibilidades que ofrece la nueva sala, encuadradaen un centro de arte moderno como el Reina Sofía yque será sede natural de los conciertos del Centro para laDifusión de la Música Contemporánea (CDMC), que tienesu oficina y su laboratorio de música electroacústica en eseMuseo y que, según todos los indicios, va a tener en elnuevo marco un trampolín para relanzar su actividad concertísticay potenciarla.Del estreno de la Sinfonía de Torres por la ORTVE y sutitular, Adrian Leaper, se desprenden varios aspectos queimplican una real conquista fraguada a lo largo de estosveinte años de normalización: el hecho de encargar unaobra para una celebración de la propia Orquesta (su cuadragésimoaniversario); el que se hiciera a un compositorde la generación ya maestra, pero aún joven; y el que sepresentara con profesionalidad y esmero por unos intérpretesque hicieron del estreno —y no de la obra de repertorioque seguía— el verdadero núcleo de aquel concierto, algo

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