15-Ponsati-Murla-Oriol-San-Agustin
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promulgadas para la buena administración y mantenimiento<br />
de esta vida transitoria». En la medida que esta ciudad de<br />
Dios que peregrina en la tierra está compuesta por habitantes<br />
de regiones con leyes, lenguas y costumbres muy diversos,<br />
el cristiano «conserva y favorece todo aquello que, de<br />
diverso en los diferentes países, se ordena al único y común<br />
fin de la paz en la tierra». El acuerdo y buen entendimiento<br />
entre cristianos y paganos es un bien a preservar y el único<br />
punto con el que el cristiano debe mostrarse inflexible es<br />
el respeto hacia su Dios y la negativa a adorar falsos dioses.<br />
En este sentido, la vida vivida pacíficamente, es decir, buscando<br />
el acuerdo y el entendimiento, se convierte, para el<br />
cristiano, en un reflejo de la auténtica paz, que no proviene,<br />
naturalmente, del acatamiento de las convenciones y normas<br />
sociales, sino de la obediencia, en la fe, de la ley eterna de<br />
Dios. Pero ni siquiera el cristiano que se sabe habitante de<br />
la ciudad de Dios logra nunca esta paz de forma completa<br />
en esta vida. Ser habitante de la ciudad de Dios significa<br />
ser peregrino, estar en tránsito, de vuelta a casa desde un<br />
exilio donde nada puede ser sino provisional. En esta vida<br />
temporal, el creyente se encuentra en una guerra constante,<br />
quizá latente, pero guerra al fin y al cabo. Guerra, para empezar,<br />
con uno mismo: el asedio del vicio y de la tentación<br />
no procura sino una paz siempre pasajera. Hasta que la ciudad<br />
peregrina no haya conquistado su morada definitiva, el<br />
creyente no podrá reposar en paz, libre del asedio de las<br />
inclinaciones viciosas.<br />
| l u * C H A T A r f A • “