15-Ponsati-Murla-Oriol-San-Agustin
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ca<br />
pan con el sudor de la frente y parir con dolor), la idea del<br />
mal congénito que afecta a toda la humanidad y se transmite<br />
desde el mismo momento de la concepción.<br />
El hombre, por lo tanto, es el único ser que dispone de la<br />
capacidad de alterar el orden natural establecido por Dios.<br />
Y lo altera cuando decide hacer el mal en lugar de hacer el<br />
bien. Conviene resaltar, aquí, que bien y mal no son opciones<br />
simétricas desde un punto de vista agustiniano. El mal,<br />
propiamente, no existe. No es que el hombre pueda elegir<br />
entre el bien y el mal como quien elige entre dos opciones<br />
que se le presentan positivamente ante sí. El mal es concebido<br />
más bien como la ausencia de bien. No es una opción «a<br />
favor de algo» sino «contra algo». Serán opciones buenas,<br />
en este sentido, todas aquellas que nos lleven a Dios, que es<br />
el bien supremo. Vivir de espaldas a Dios, por el contrario,<br />
equivaldrá a obrar mal.<br />
La doctrina de la gracia nace precisamente porque el<br />
binomio «Bien/Dios» es inseparable para san Agustín. Si<br />
se suman los dos elementos expuestos hasta el momento,<br />
transmisión genética del pecado original y unión de Bien y<br />
Dios, resulta que al hombre no le ha sido dado escapar a su<br />
condena genética si no es porque Dios, el Bien, le presta su<br />
ayuda para enderezarse y restablecer el orden perdido. Es<br />
importante insistir en que, desde el punto de vista agustiniano,<br />
el hombre es un ser constitutivamente desordenado en la<br />
medida en que nace pecador; no con la posibilidad de pecar,<br />
sino habiendo ya pecado. El mal, por lo tanto, ya está hecho<br />
desde el momento del nacimiento. No es que se parta de cero<br />
y la condenación o la salvación vayan en función de la forma<br />
de obrar a lo largo de la vida, sino que, de entrada, ya se nace<br />
condenado. Si Dios no intercediera a favor de su criatura,<br />
si no le prodigara su gracia, el destino natural humano no<br />
sería otro que la condena eterna. El bautismo, sin embar