15-Ponsati-Murla-Oriol-San-Agustin
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acional. Es decir, los juicios humanos tienen lugar siguiendo<br />
unas determinadas normas que permiten establecer relaciones<br />
de adecuación entre el pensamiento (o el lenguaje) y<br />
la realidad. Cuando se da nombre a un objeto y se lo describe<br />
con estas y aquellas propiedades, cuando se describe un<br />
proceso siguiendo un determinado patrón explicativo (por<br />
ejemplo, la caída de un objeto apelando a la fuerza gravitatoria),<br />
hay que estar mínimamente seguros de que se explican<br />
de forma correcta los fenómenos que aparecen o, dicho de<br />
otra forma, que entre las cosas como se aparecen a la percepción<br />
humana y como verdaderamente son hay coherencia y<br />
correspondencia. Pero el vínculo entre la mente y la realidad<br />
exterior no es evidente. Se impone por ello la necesidad de<br />
poner en juego algún tipo de teoría explicativa que justifique<br />
por qué motivo se da esta relación, por qué razón se acostumbra<br />
a acertar cuando se dictamina sobre un hecho que<br />
tiene lugar en el mundo físico y por qué razón se yerra. Para<br />
abordar esta cuestión, en primer lugar es importante analizar<br />
qué papel atribuye san Agustín a los distintos actores<br />
del proceso de conocimiento, principalmente, los sentidos<br />
y la razón, y la relación de los sentidos con la naturaleza y de<br />
la razón con la construcción de nuestras certezas.<br />
<strong>San</strong> Agustín parte, como es de esperar, de un esquema de<br />
matriz esencialmente neoplatónica. En la cumbre del esquema<br />
del conocimiento, donde Platón situaba el Bien y Plotino<br />
el Uno, Agustín sitúa a Dios. A Dios pertenecen las radones<br />
aeternae, las razones eternas, un cierto equivalente de las<br />
formas, o ideas, platónicas, es decir, eternas e inmutables,<br />
modelos de las cosas particulares y enraizadas en la mente<br />
de Dios. Si se sigue en dirección descendente esta secuencia<br />
del conocimiento, se encontraría el alma humana. La posición<br />
intermedia que ocupa el alma humana, a medio camino<br />
entre Dios y el resto de la creación, la obliga a dividirse en