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hace con alarmante regularidad.
Entonces vemos a Shaq y a Kobe, incapaces de jugar juntos. A Jordan
golpear a Steve Kerr, a Jud Buechler y a Will Perdue, ¡todos miembros de su
propio equipo! Vemos a los empleados de Enron hundiendo a California en la
oscuridad para poder aprovecharse de las circunstancias. Vemos las filtraciones
a la prensa de ejecutivos contrariados que esperan huir de un proyecto que no les
gusta. Vemos insultos degradantes y tácticas de intimidación.
Para nosotros es empezar a pensar que somos mejores, que somos especiales,
que nuestros problemas y experiencias son increíblemente distintas de las de
todos los demás, que nadie puede entender. Es una actitud que ha hundido a
gente, equipos y causas mucho mejores que las nuestras.
Con el general Marshall, que empezó su período como comandante en jefe
del Ejército de los Estados Unidos el día que Alemania invadió Polonia en 1939
y sirvió a lo largo de toda la guerra, vemos una de las pocas excepciones
históricas a esta tendencia. Él fue un hombre que nunca contrajo la enfermedad
del yo y que, en muchos sentidos, se avergonzaba de la gente que sí la tenía.
Todo comienza con su relación única con el rango, una obsesión para la
mayoría de la gente que está en su campo de trabajo.
No era un hombre que se abstuviera de toda manifestación pública de su
rango o su estatus. Por ejemplo, insistía en que el presidente lo llamara general
Marshall y no George; después de todo, él se lo había ganado, ¿no? Pero
mientras que otros generales normalmente intrigaban para obtener ascensos —el
general MacArthur superó a otros oficiales en los años de la preguerra sobre
todo debido a los constantes esfuerzos de su madre—, Marshall se encargaba
activamente de desincentivarlos. Cuando otros comenzaron a hacer presión para
que Marshall fuese nombrado jefe del Estado Mayor Conjunto, él les pidió que
dejaran de hacerlo porque “eso me vuelve conspicuo en el ejército. De hecho,
demasiado conspicuo”. Más tarde, él mismo desmontó la intención del Congreso
de pasar una ley que le otorgaba el rango de mariscal de campo (Field Marshal),
no solo porque pensaba que sonaría ridículo ser el Field Marshal Marshall, sino
porque no quería sobrepasar ni ofender a su mentor, el general Pershing, quien
estaba cerca de la muerte y era una fuente de constante consejo y orientación.
¿Pueden imaginarlo? En todos estos casos, su sentido del honor lo hizo
declinar los honores y, con frecuencia, estos se desviaron hacia otras personas.
Como cualquier persona normal, Marshall sí quería esos honores, pero por el
camino correcto. Más importante aún, él sabía que a pesar de lo agradable que
habría sido recibirlos, él podía vivir sin ellos mientras que tal vez otros no
podrían. El ego necesita honores con el fin de sentirse validado. La seguridad en
uno mismo, por otro lado, es capaz de esperar y centrarse en la tarea a mano, sin