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actriz Barbra Streisand, quien trató de retirar legalmente de la web una foto de su
casa. Sus acciones fueron contraproducentes y, gracias a la demanda, mucha más
gente terminó viendo una foto que tal vez no hubieran visto si ella hubiese
dejado pasar el asunto). Tratar de destruir algo motivados por el odio y el
egoísmo suele garantizar que eso mismo que queremos destruir termine
preservado para siempre.
Hearst llegó hasta extremos absurdos. Envió al estudio a su columnista de
chismes más influyente y poderosa, Louella Parsons, con el fin de pedir una
proyección privada. Con base en los comentarios de Parsons, Hearst decidió
hacer todo lo que estuviera en su poder para impedir que la película llegara al
público. Emitió una orden según la cual ninguno de sus periódicos debía
mencionar siquiera las películas de RKO, la compañía productora de Ciudadano
Kane. Más de una década después, esta prohibición seguía aplicándose en todos
los diarios de Hearst a las cintas de Welles. Los periódicos de su propiedad
empezaron a publicar historias negativas sobre Welles y su vida privada. Su
columnista de chismes amenazó con hacer lo mismo con cada uno de los
miembros de la junta directiva de RKO. Hearst lanzó amenazas contra toda la
industria cinematográfica, como una manera de presionar a otros estudios a darle
la espalda a la película. También hizo una oferta de 800 000 dólares para
comprar los derechos de la cinta y poder quemarla o destruirla. La mayoría de
las cadenas de teatros recibieron presiones para que se negaran a exhibir la
película y se prohibió hacerle publicidad en las propiedades de Hearst. Por
último, los seguidores de Hearst empezaron a circular rumores sobre Welles
entre varias autoridades, hasta que en 1941 el FBI, dirigido por J. Edgar Hoover,
le abrió una investigación.
Como resultado de todo esto, la película fue un fracaso comercial. Se
necesitaron años para que encontrara su lugar en la cultura. Así que, después de
invertir una gran cantidad de dinero y esfuerzos, Hearst logró pararla por un
tiempo.
Todos tenemos cosas que nos sacan de quicio. Cuanto más exitosos o
poderosos somos, más pensamos que necesitamos proteger nuestras cosas:
nuestro legado, nuestra imagen, nuestra influencia. Sin embargo, si no tenemos
cuidado podemos terminar desperdiciando una increíble cantidad de tiempo
tratando de evitar que el mundo nos incomode o nos irrespete.
Resulta muy aleccionador pensar por un momento en todas las muertes y
pérdidas innecesarias que han causado a lo largo de los siglos hombres o mujeres
enfurecidos con otras personas, o con la sociedad, o con ellos mismos. ¿Cuál es
la razón de su rabia? Ya casi no podemos recordarla.
¿Sabe cuál es una mejor respuesta a un ataque, o un desaire, o algo que no le