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capaz de aceptarlo y aprovecharlo? ¿Qué tal que —¡suspiro!— hubiese podido

apreciar las oportunidades que este sistema le ofrecía? Pero no, la rabia parecía

comérselo por dentro.

Esta es una actitud común que parece trascender las generaciones y las

sociedades: el genio malhumorado y despreciado se ve forzado a hacer cosas que

no le gustan, para personas a las que no respeta, mientras se abre camino en el

mundo. ¿Cómo se atreven a hacerme rebajar de esta manera? ¡Que injusticia!

¡Qué desperdicio!

Lo vemos en las quejas de los becarios que demandan a sus empleadores por

el salario. Vemos chicos que están más dispuestos a vivir en casa con sus padres

que a someterse a trabajar en algo para lo cual están “sobrecalificados”. Lo

vemos en la incapacidad para hablar con los demás en sus términos, la falta de

disposición para dar un paso atrás con el fin de avanzar potencialmente varios

pasos. No voy a dejar que me hagan eso, prefiero no tener nada.

Vale la pena probar las supuestas indignidades de “servirle” a alguien.

Porque en realidad el sistema de los aprendices no solo es responsable de

algunas de las mayores obras de arte en la historia mundial —todo el mundo,

desde Miguel Ángel hasta Leonardo Da Vinci y Benjamin Franklin se ha visto

obligado a navegar ese sistema—, sino que si se supone que usted es tan bueno

como cree que llegará a ser, ¿no cree que esto resulta más bien algo trivial?

Cuando uno obtiene su primer empleo o entra a trabajar en una nueva

organización, por lo general recibe este consejo: haga que los demás queden bien

y le irá bien. Mantenga la cabeza gacha, dicen, y atienda a su jefe. Naturalmente,

esto no es lo que quiere oír el chico que fue escogido para el puesto entre todos

los demás. No es lo que espera el graduado de Harvard; después de todo, él

obtuvo ese diploma precisamente para evitar esta supuesta vergüenza.

Démosle la vuelta a la tortilla para que la cosa no parezca tan denigrante: no

se trata de adular a los demás. No se trata de hacer que los demás queden bien.

Se trata de ofrecer el apoyo necesario para que los demás puedan estar bien. La

mejor manera de expresar este consejo es esta: busque lienzos para que los

demás puedan pintar en ellos. Sea un anteambulo. Despéjele el camino a la gente

que está por encima de usted y, con el tiempo, ábrase su propio camino.

Cuando estamos comenzando cualquier empresa, podemos estar seguros de

algunas realidades fundamentales: (1) Uno no es tan bueno ni tan importante

como cree que es; (2) es necesario ajustar nuestra actitud, y (3) la mayoría de las

cosas que creemos saber, o lo que aprendimos en los libros o en la escuela, están

desactualizadas o equivocadas. Hay una forma fabulosa de sacar todo eso de

nuestro sistema: acoplarnos a personas y organizaciones que ya son exitosas, y

fundir nuestra identidad con la de ellos y avanzar simultáneamente con toda la

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