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AMAR SIEMPRE

¿Y por qué deberíamos sentir rabia contra el mundo?

¡Como si al mundo le importara!

—EURÍPIDES

E

n 1939, un joven prodigio llamado Orson Welles recibió una de las más

inauditas propuestas de trabajo de la historia de Hollywood. Podía escribir,

actuar y dirigir dos películas para RKO, uno de los estudios más grandes de la

industria cinematográfica. En su primera película, Welles decidió contar la

historia de un misterioso magnate de los periódicos que se volvía prisionero de

su enorme imperio y de su estilo de vida.

William Randolph Hearst, el tristemente célebre magnate de la prensa,

decidió que la cinta estaba basada en su vida y, más importante aún, que era

ofensiva. Entonces empezó una exhaustiva campaña para destruir una de las

grandes películas de todos los tiempos, y al comienzo lo logró.

He aquí lo más interesante de esta historia. En primer lugar, lo más probable

es que Hearst nunca haya visto la cinta, así que no tenía idea de cómo era

realmente. En segundo lugar, la película no se proponía contar la historia de

Hearst, o al menos no se basaba solo en su vida (hasta donde sabemos, el

personaje Charles Foster Kane era una amalgama de varias figuras históricas,

entre ellas Samuel Insull y Robert McCormick. Por otra parte, la película

también se basó en dos semblanzas de poder similares hechas por Charlie

Chaplin y Aldous Huxley. Y para rematar, la película no buscaba vilipendiar

sino también humanizar al personaje). En tercer lugar, Hearst era uno de los

hombres más ricos del mundo en esa época y, a los 78 años ya se acercaba a la

muerte. Entonces, ¿por qué habría de invertir tanto tiempo en algo tan

intrascendente como una película de ficción dirigida por un director novato? Y

en cuarto lugar, su campaña fue lo que le aseguró a la película un lugar en la

cultura popular y dejó en claro hasta dónde llegaba el control y la manipulación

de un personaje como Hearst. Irónicamente, la cinta contribuyó más a cimentar

el legado de Hearst como una figura injuriada, más que lo que cualquier crítico

lo hubiera hecho.

Esa es la paradoja del odio y la amargura. Logra casi exactamente lo opuesto

de lo que esperamos hacer. En la era de Internet, es lo que llamamos el “efecto

Streisand” (bautizado así después de un intento similar por parte de la cantante y

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