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difícil es despedir a la gente cuando no alcanzas tu objetivo... Lo difícil no es

soñar en grande. Lo difícil es despertarse en medio de la noche, bañado en sudor

frío, cuando el sueño se convierte en pesadilla”.

Claro, usted lo entiende. Sabe que en algún momento va a tener que trabajar

y que ese trabajo tal vez sea difícil. Pero ¿realmente lo entiende? ¿Tiene idea de

cuánto trabajo lo espera? No se trata de trabajar solo hasta que usted encuentre

su gran innovación, o hasta que se cree un nombre en la industria, sino trabajar,

trabajar y trabajar, para siempre jamás.

¿Se necesitan 10 000 o 20 000 horas para alcanzar el dominio de su oficio?

La respuesta es que eso no importa. No hay un final. Pensar en un número es

vivir en un futuro condicional. Sencillamente estamos hablando de muchas

horas. Se trata de que llegar a donde queremos llegar no es un asunto de ser

brillantes sino de hacer un esfuerzo continuo. Y aunque esa idea no es

terriblemente atractiva, debería llenarnos de ánimo. Porque significa que todo

está a nuestro alcance, al alcance de todos, siempre y cuando tengamos la

entereza y la humildad de ser pacientes, y las fuerzas para trabajar.

A esta altura, es probable que usted entienda ya por qué el ego puede

oponerse a esta idea. ¿Que el éxito está a nuestro alcance?, pregunta con voz

quejumbrosa. Eso significa que todavía no lo tenemos. Correcto. Todavía no lo

tenemos.

Nuestro ego quiere que las ideas y el hecho de que aspiremos a hacer algo

con ellas sea suficiente. Quiere que las horas que pasamos planeando y

asistiendo a conferencias, o charlando con amigos impresionados, cuenten a la

hora de sumar lo que parece ser necesario para alcanzar el éxito. Quiere que le

paguen bien por su tiempo y quiere hacer las cosas divertidas, todo lo que llama

la atención, el crédito o la gloria.

Esa es la realidad. La forma en que respondemos a ese punto de inflexión, y

dónde decidimos poner nuestra energía, decide lo que en últimas lograremos.

Cuando era joven, Bill Clinton inició una colección de tarjetas sobre las

cuales escribía nombres y números telefónicos de amigos o conocidos que

podrían ayudarle cuando entrara a la política. Cada noche, antes de tener razones

para hacerlo, Clinton revisaba la caja, hacía llamadas telefónicas, escribía cartas

o hacía anotaciones acerca de sus interacciones. Con los años esta colección

creció hasta llegar a tener 10 000 tarjetas, que al final fueron digitalizadas. Eso

fue lo que lo hizo llegar a la Oficina Oval y sigue dándole dividendos.

En el otro extremo del espectro, pensemos un segundo en Darwin, trabajando

durante décadas en su teoría de la evolución, pero sin atreverse a publicarla

porque todavía no era perfecta. Casi nadie sabía en qué estaba trabajando. Nadie

decía: Oye, Charles, está bien que te estés tomando tanto tiempo, porque el tema

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