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hace felices y lo que es importante. Nos convertimos en personas en las que no

deberíamos convertirnos y nos entregamos a conductas destructivas y horribles.

Este estado malsano y derivado del ego se va endureciendo y se vuelve casi

permanente, hasta que una katabasis nos obliga a enfrentarlo.

Duris dura franguntur. Las cosas duras solo son rotas por otras cosas duras.

Cuanto más grande el ego, más dura la caída.

Sería maravilloso que las cosas no tuvieran que ser así. Que un empujoncito

amable fuera suficiente para corregir nuestra manera de ser, que una advertencia

serena fuera lo que se necesitara para alejar nuestras ilusiones, que pudiéramos

evadir el ego por nuestra cuenta. Solo que las cosas no son así. El reverendo

William A. Sutton observaba hace unos 120 años que “solo podemos ser

humildes cuando sufrimos humillaciones duraderas”. Qué bueno sería podernos

ahorrar esta experiencia, pero algunas veces es la única manera como el ciego

puede ver.

De hecho, muchos cambios vitales significativos provienen de momentos en

los cuales una persona está totalmente destruida, en los que todo lo que pensó

que sabía sobre el mundo resulta ser falso. Podríamos decir que se trata de

“momentos de El club de la pelea”. Tal vez nosotros mismos nos lo hayamos

buscado, tal vez alguien nos llevó hasta ahí; independientemente de la causa,

ellos pueden ser catalizadores de cambios que tenemos terror de hacer, cambios

buenos o malos. La decisión es nuestra.

Elija un momento de su vida (o tal vez sea un momento que está

experimentando ahora mismo). Una crítica mordaz de un jefe en frente de todo

el equipo de trabajo. Esa conversación con la persona que amamos. La alerta de

Google que le presentó ese artículo que usted esperaba que nunca se escribiera.

La llamada de un acreedor. Esa noticia que lo dejó sentado en la silla, sin

palabras y perplejo.

Es en esos momentos —cuando el quiebre deja expuesto algo que antes no se

veía— que usted se ve forzado a hacer contacto visual con una cosa llamada

Verdad. Ya no es posible esconderse o fingir. La pregunta en esos momentos es:

¿cómo puedo entender esto? ¿Cómo puedo salir de esto y avanzar? ¿Es este el

fondo del pozo o todavía se puede caer más? Alguien me mostró mis problemas,

pero ¿cómo los arreglo? ¿Cómo permití que esto pasara? ¿Cómo puedo hacer

para que no vuelva a ocurrir?

Una mirada a la historia muestra que estos momentos parecen estar definidos

por tres rasgos:

1) Casi siempre vienen de la mano de una fuerza o una persona externa.

2) Con frecuencia involucran cosas de nosotros que ya sabíamos, pero que

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