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que cada uno de estos talentosos y brillantes individuos tuviera una ferviente
creencia en lo que buscaba hacer está fuera de duda, pero al mirar las cosas en
retrospectiva, es evidente que también estaban mal preparados y eran incapaces
de entender las objeciones y las preocupaciones de todos los que los rodeaban.
Lo mismo se puede decir de innumerables empresarios, autores, chefs,
negociantes, políticos y diseñadores sobre los que usted seguramente ha oído y
sobre los que nunca volverá a oír porque naufragaron en sus propias naves
incluso antes de dejar el puerto. Como todos los diletantes, ellos tenían pasión
pero les faltaba algo más.
Es importante aclarar que no estoy hablando del interés normal o el amor
que sentimos por algo. Estoy hablando de una pasión distinta: el entusiasmo
desbocado, la disposición a precipitarse sobre lo que tenemos enfrente con todas
nuestras fuerzas, la “carga de energía” que nuestros maestros y gurús consideran
como el activo más importante de la vida. Es ese deseo ardiente e irrefrenable de
comenzar o lograr una meta vaga, ambiciosa y lejana. Esta motivación
aparentemente inocua está tan lejos del camino correcto que duele.
Hay que recordar que “fanático” es solo una palabra más suave para decir
“loco”.
Un joven basquetbolista llamado Lewis Alcindor Jr., que ganó tres
campeonatos nacionales con John Wooden en la Universidad de California en
Los Ángeles (UCLA), utilizaba una palabra para describir el estilo de su famoso
entrenador: “desapasionado”. Es decir, sin pasión. A Wooden no le gustaban los
discursos inspiradores o exhortativos. Consideraba que esas emociones extras
eran una carga. En lugar de eso, su filosofía tenía que ver con mantener el
control, hacer el trabajo y nunca convertirse en un “esclavo de la pasión”. El
jugador que aprendió esa lección de Wooden cambiaría más tarde su nombre a
uno de mayor recordación: Kareem Abdul Jabbar.
Nadie describiría a Eleanor Roosevelt, o a John Wooden, o a su famoso y
discreto jugador Kareem, como gente apática. Ellos tampoco dirían que eran
gente frenética o fanática. En el caso de Roosevelt, que se convirtió en una de las
activistas más poderosas e influyentes de la historia y, ciertamente, en la Primera
Dama más importante de los Estados Unidos, hay que decir que se hizo conocer
principalmente por su elegancia, su aplomo y su sentido de la dirección.
Wooden, que ganó diez títulos en doce años, entre ellos siete consecutivos,
desarrolló un sistema para ganar y trabajó con sus jugadores para que lo
siguieran. A ellos no los impulsaba el entusiasmo ni sus cuerpos estaban en
constante movimiento. Por el contrario, les tomó años convertirse en las
personas que llegaron a ser. Fue un proceso de acumulación.
En nuestra vida encontraremos problemas complejos, con frecuencia en