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NO INVENTARSE CUENTOS
Los mitos no se convierten en mitos al vivirlos sino al contarlos.
—DAVID MARANISS
A
partir de 1979, y en solo tres años, el entrenador de fútbol y director
técnico Bill Walsh logró que los San Francisco 49ers pasaran de ser el peor
equipo de fútbol americano de los Estados Unidos, y tal vez el peor equipo
deportivo profesional, a ganar el Super Bowl. Mientras levantaba el trofeo
Lombardi sobre su cabeza, habría sido muy tentador que Walsh se dijera que esa
veloz transformación había sido planeada desde el comienzo. Décadas después,
mientras reunía sus memorias, habría sido muy tentador creerse esa historia.
Es una historia muy atractiva: pensar que su llegada al equipo, el vuelco que
le dio y la transformación posterior habían sido cuidadosamente planificadas.
Que todo había ocurrido exactamente como él quería, gracias a que era tan
bueno y talentoso. Nadie lo habría culpado por decir algo así.
Sin embargo, Walsh se negó a cultivar esas fantasías, tanto al comienzo
como al final de su carrera, cuando relató sus logros. ¿Sabe cuál era su respuesta
cuando la gente le preguntaba si tenía un cronograma para ganar el Super Bowl?
La respuesta siempre era No. Porque cuando uno se hace cargo de un equipo tan
malo, esas ambiciones habrían sido totalmente absurdas.
El año antes de su llegada, los San Francisco 49ers habían logrado ganar dos
partidos pero habían perdido catorce. La organización estaba desmoralizada, en
la quiebra, sin posibles candidatos a jugadores y totalmente entregada a una
cultura de la derrota. En la primera temporada con Walsh, volvieron a perder
otros catorce partidos. Walsh casi renuncia a mediados del segundo año, porque
no estaba seguro de lograr algo más. Sin embargo, veinticuatro meses después de
hacerse cargo del equipo (y poco más de un año después del momento en que
casi renuncia), ahí estaba el genio, el campeón del Super Bowl.
¿Cómo sucedió esto? ¿Cómo es posible que esto no fuera parte de un “plan”?
La respuesta es que cuando Bill Walsh se hizo cargo del equipo, no estaba
obsesionado en ganar per se, sino en implementar lo que llamó “estándares de
desempeño”. Es decir: lo que se debía hacer. Cuándo. Cómo. Desde el nivel más
básico y a través de toda la organización, Walsh solo tenía un programa y tenía
que ver con inculcar esos estándares.
Walsh se concentró en detalles aparentemente triviales: los jugadores no se