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pensar en el reconocimiento externo.

Al comienzo de nuestras carreras podemos hacer estos sacrificios con mayor

facilidad. Podemos abandonar los estudios en una prestigiosa universidad para

empezar nuestra propia compañía, o tolerar que nos miren por encima del

hombro de vez en cuando. Pero después de que lo hemos “logrado”, la tendencia

es pasarse a la mentalidad de “obtener lo que me pertenece por derecho”. Ahora,

de forma inesperada, los premios y el reconocimiento importan, aunque no fue

eso lo que nos trajo hasta aquí. Necesitamos ese dinero, ese título, la atención de

los medios, pero no por el equipo, o por la causa, sino por nosotros mismos.

Porque nos lo ganamos.

Dejemos en claro una cosa: nunca nos ganamos el derecho a ser codiciosos o

a perseguir nuestros intereses a costa de todos los demás. Pensar de otra manera

no solo es egoísta, sino contraproducente.

A propósito de esto, Marshall fue puesto a prueba de manera extrema. Un

trabajo para el que se había preparado toda la vida estaba disponible: la

comandancia de las tropas en el Día D. Roosevelt dejó saber que el mando sería

de Marshall si él lo quería. Como los generales se ganan un lugar en la historia

de acuerdo con sus hazañas en batalla, y aunque era necesario en Washington,

Roosevelt quería darle la oportunidad de asumir ese puesto. Pero Marshall no

quiso entrar en el juego. “La decisión es suya, señor presidente. Mis deseos no

tienen nada que ver con el asunto”. Así, el puesto y la gloria fueron para

Eisenhower.

En efecto, Eisenhower resultó ser el mejor hombre para el trabajo. Se

desempeñó maravillosamente y ayudó a ganar la guerra. ¿Qué otra cosa habría

justificado mejor el cambio?

Sin embargo, eso es lo que nosotros hacemos: el ego deja de trabajar para

cualquier misión mayor de la que seamos parte.

¿Qué vamos a hacer, entonces? ¿Dejar que alguien nos gane una?

La escritora Cheryl Strayed le dijo una vez a un joven lector: “Te estás

convirtiendo en quien vas a ser y así tal vez no seas un idiota”. Esa es una de las

ironías más peligrosas del éxito: nos puede convertir en alguien que nunca

habríamos querido ser. La enfermedad del yo puede corromper hasta la más

inocente de las escaladas.

Un general trató mal a Marshall una vez: esencialmente lo encargó de

obligaciones sin importancia en la mitad de su carrera. Con el tiempo, Marshall

lo superó y tuvo la oportunidad de vengarse, pero no lo hizo, porque, a pesar de

los defectos del hombre, Marshall vio que todavía podía servirle al país y que la

nación estaría peor sin él. ¿Y qué recibió en agradecimiento por este callado

marginamiento del ego? Solo otro trabajo bien hecho y no mucho más.

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