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informativo y tuvo una gran influencia sobre mí, tal como él sabía que sucedería.
Sin embargo, con los años llegué a ponerme en una situación casi idéntica a
la de los personajes del libro. No solo fui convocado a una casa palaciega para
observar la esperada e inevitable desintegración de una persona que admiraba,
sino que estuve peligrosamente cerca de la mía poco después.
Sé que el pasaje me impactó porque cuando me dispuse a copiarlo para este
epílogo, encontré tres páginas en las que detallaba mi reacción, manuscritas
varios años antes, básicamente justo antes de que empezara mi vida adulta.
Evidentemente había entendido las palabras de Schulberg a nivel intelectual,
incluso emocional, pero de todas maneras había tomado las decisiones erradas.
Había barrido una sola vez y pensado que era suficiente.
Diez años después de leerlo por primera vez y escribir mis pensamientos,
estaba otra vez listo para ellas. Esas lecciones me llegaron exactamente de la
forma en que las necesitaba.
Hay una cita de Bismarck que dice, en efecto, que cualquier tonto puede
aprender de la experiencia. El truco es aprender de las experiencias de los
demás. Este libro se gestó alrededor de esa última idea y, para mi sorpresa,
también terminó apoyándose, dolorosamente, en buena parte en la primera. Me
propuse estudiar el ego y me estrellé contra el mío propio, y contra el de aquellas
personas que admiraba desde hacía mucho tiempo.
Es posible que usted necesite experimentar también un poco de eso por su
cuenta. Tal vez, como en la reflexión de Plutarco, “no obtenemos tanto
conocimiento de las cosas a través de las palabras, como palabras a través de la
experiencia [que tenemos] de las cosas”.
En todo caso, quiero concluir este libro con la idea que ha apoyado todo lo
que usted ha leído. Que es admirable querer ser un mejor hombre o mujer de
empresa, mejores atletas, mejores conquistadores. Que deberíamos querer estar
mejor informados, con mejores bases financieras... Deberíamos querer, tal como
he dicho unas cuantas veces en este libro, hacer cosas grandes. Yo sé que eso es
lo que quiero.
Lo que parece ser menos corriente, o de alguna manera parece un logro
menos impresionante, es querer ser mejores personas, gente más feliz, gente más
equilibrada, vivir contentos, ser personas humildes y generosas. O, mejor aún,
todos esos rasgos juntos. Y lo más obvio, pero más ignorado, es que perfeccionar
lo personal regularmente lleva al éxito como profesional, pero rara vez ocurre al
revés. Hagamos el esfuerzo de refinar nuestros pensamientos habituales, de
reprimir los impulsos destructivos. Estos no son solo los requisitos morales de
cualquier persona decente, son conductas que nos harán más exitosos porque nos
ayudarán a navegar las aguas traicioneras que la ambición quiere que