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De hecho, muchas tareas valiosas que empezamos son terriblemente difíciles, ya

sea programar una nueva máquina o dominar un oficio. Pero hablar, hablar

siempre es fácil.

Parece que creyéramos que el silencio es un signo de debilidad, que el hecho

de ser desconocidos es equivalente a la muerte (y para el ego, eso es cierto). Así

que hablamos, hablamos y hablamos, como si la vida dependiera de ello.

En realidad el silencio es una fortaleza, en particular al comienzo de

cualquier viaje. Como advirtió el filósofo Kierkegaard (un hombre que detestaba

los diarios y su cháchara), “el chisme anticipa la conversación verdadera y

expresar lo que todavía está en el pensamiento debilita la acción al anticiparla”.

Y eso es lo que resulta tan insidioso del discurso. Cualquiera puede hablar de

sí mismo. Hasta un niño sabe chismear y charlar. La mayoría de la gente es

buena para dar bombo y vender cosas. Entonces, ¿qué es lo que resulta escaso y

raro? El silencio. La capacidad de mantenernos fuera de la conversación de

forma deliberada y subsistir sin su validación. El silencio es el descanso de la

gente que es fuerte y segura de sí misma.

Sherman tenía una buena regla que trataba de seguir. “Nunca des

explicaciones de lo que piensas o haces, hasta que tengas que hacerlo. Tal vez

después de un rato, se te ocurra una razón mejor”. El gran jugador de béisbol y

fútbol americano Bo Jackson decidió que quería lograr dos cosas como atleta en

Auburn: ganar el trofeo Heisman y ser contratado por la NFL. ¿Saben a quién le

contó? Solo a su novia.

La flexibilidad estratégica no es lo único que requiere silencio mientras los

otros no paran de hablar. También es un tema psicológico. El poeta Hesíodo

tenía esto en mente cuando dijo: “El mayor tesoro de un hombre es una lengua

cuidadosa”.

La charla nos agota. Hablar y hacer son dos actividades que compiten por los

mismos recursos. Las investigaciones muestran que aunque la visualización de la

meta es importante, después de cierto momento nuestra mente empieza a

confundirla con el progreso verdadero. Lo mismo vale para la verbalización.

Incluso el acto de hablar en voz alta con nosotros mismos mientras tratamos de

resolver problemas difíciles ha demostrado disminuir significativamente la

posibilidad de encontrar una solución. Después de pasar mucho tiempo

pensando, explicando y hablando sobre una tarea, empezamos a sentir que

estamos más cerca de lograrlo. O, peor aún, cuando las cosas se ponen difíciles

podemos echar todo el proyecto por la borda porque sentimos que ya hicimos

nuestro mejor esfuerzo, aunque desde luego no haya sido así.

Cuanto más difícil la tarea, más incierto el resultado y más costoso puede ser

el exceso de discurso. Más nos alejamos de la responsabilidad. El discurso nos

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