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El arte de saber recibir retroalimentación es una capacidad esencial en la

vida, en particular si se trata de críticas duras. No solo necesitamos saber aceptar

esas críticas, sino que debemos pedirlas activamente, esforzarnos por buscar las

críticas negativas precisamente cuando nuestros amigos y familiares, y nuestro

cerebro, nos dicen que lo estamos haciendo muy bien. Sin embargo, el ego trata

de evitar esas críticas a toda costa. ¿Quién quiere regresar a la época del

entrenamiento remedial? El ego piensa que ya sabe cómo hacer las cosas y

quiénes somos, es decir, cree que somos espectaculares, perfectos, genios

realmente innovadores. Al ego le disgusta la realidad y prefiere hacer sus propias

evaluaciones.

El ego tampoco permite que tengamos un proceso de incubación apropiado.

Llegar a ser lo que queremos llegar a ser suele requerir largos períodos de

oscuridad, de sentarse a luchar con algún tópico o paradoja. La humildad es lo

que nos mantiene ahí, preocupados por no saber suficiente y conscientes de que

debemos seguir estudiando. El ego se apresura a llegar al final, piensa que la

paciencia es para los perdedores (pues la considera, equivocadamente, una

debilidad) y supone que somos suficientemente buenos para demostrarle nuestro

talento al mundo.

Cuando nos sentamos a poner a prueba nuestro trabajo, cuando hacemos

nuestra primera argumentación profesional, cuando nos preparamos para abrir

nuestra primera tienda, mientras observamos el público que asiste al último

ensayo general, el ego es el enemigo pues no ofrece una retroalimentación

perversa, desconectada de la realidad. Es defensiva, en un momento en que no

podemos darnos el lujo de ser defensivos. Nos impide mejorar diciéndonos que

no necesitamos mejorar. Luego nos preguntamos por qué no obtuvimos los

resultados que queríamos, por qué otros son mejores y por qué su éxito es más

duradero.

Hoy en día los libros son más baratos que nunca. Hay cursos gratuitos. El

acceso a los maestros ya no es una barrera, la tecnología ha derribado ese

obstáculo. No hay excusa para no educarse y, como la información que tenemos

a nuestra disposición es tan amplia, tampoco hay excusas para no terminar el

proceso.

Los maestros que tenemos en la vida no solo son aquellos a los que les

pagamos, como Hammett le pagaba a Satriani. Tampoco tienen que hacer parte

de un dojo de entrenamiento, como en el caso de Shamrock. Muchos de los

mejores maestros son gratuitos. Nos enseñan de forma voluntaria porque, como

usted, alguna vez fueron jóvenes y tuvieron las mismas metas. Muchos ni

siquiera se dan cuenta de que están enseñando, solo son paradigmas o incluso

figuras históricas cuyas lecciones sobreviven en libros y ensayos. Pero el ego

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