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Dov Charney, el fundador de American Apparel, es ejemplo de ello. Después
de la pérdida de unos 300 millones de dólares y numerosos escándalos, la junta
directiva de la compañía le ofreció dos opciones: retirarse de la dirección
ejecutiva y seguir orientando el destino de la empresa como asesor creativo (con
un jugoso salario), o ser despedido por el desastre que había causado. Él rechazo
las dos opciones y escogió algo mucho peor.
Después de entablar una demanda como protesta, se jugó la propiedad
completa de la compañía, inició una toma hostil con un fondo financiero de mala
reputación e insistió en que su conducta fuese investigada y juzgada. Eso fue lo
que sucedió y no salió bien parado. Su vida personal saltó a los titulares y
salieron a la luz detalles embarazosos. El abogado que eligió para representarlo
era el mismo que ya lo había demandado cerca de media docena de veces por
acoso sexual e irregularidades financieras. En el pasado, Dov lo había tachado de
estafador y falsario, pero ahora tenía que trabajar con él.
American Apparel gastó más de 10 millones de dólares que no tenía para
ganarle la batalla legal. Un juez emitió una orden restrictiva. Las ventas se
desplomaron. Al final, la compañía empezó a despedir obreros de la fábrica y
empleados de toda la vida —precisamente la gente por la cual Dov decía estar
luchando— para mantenerse a flote. Un año más tarde, la compañía entró en
bancarrota y él también quedó sin cinco 1 .
Es como la historia del general Alcibíades, un hombre de Estado caído en
desgracia. En la Guerra del Peloponeso, Alcibíades peleó por su país de origen y
su gran amor, Atenas. Luego de ser expulsado por cometer un crimen en estado
de ebriedad, que tal vez no cometió, huyó a Esparta, la gran enemiga de Atenas.
Después, enemistado con los espartanos, huyó a Persia, la gran enemiga de las
otras dos. Finalmente fue llamado de nuevo a Atenas, donde sus ambiciosos
planes para invadir Sicilia causaron la ruina final de la ciudad.
El ego mata lo que queremos. Algunas veces, llega casi a matarnos a
nosotros mismos.
Es muy interesante que Alexander Hamilton, quien, de todos los Padres
Fundadores de los Estados Unidos tuvo el más trágico e innecesario final, haya
sido quien tuvo las palabras más sabias sobre este tema (¡si solo hubiera
recordado su propio consejo antes de enfrentarse en el duelo fatal!). “Actúa con
fortaleza y honor —escribió a un consternado amigo en serios problemas
financieros y legales generados por él mismo—. Si no puedes esperar salir
razonablemente de este enredo, no te sumerjas más hondo. Ten el coraje de parar
del todo”.
Parar del todo. No es que estos personajes hayan debido renunciar a todo.
Un luchador que no sabe vencer a sus contrincantes o un boxeador que no sabe