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podían sentar en el campo de práctica. Los entrenadores debían usar corbata y

meterse la camisa entre el pantalón. Todo el mundo tenía que esforzarse y

comprometerse al máximo. El espíritu deportivo era esencial. Los vestidores

debían permanecer limpios y ordenados. No se podía fumar, las peleas estaban

prohibidas y tampoco podían usar lenguaje vulgar. A los mariscales de campo

les decía dónde y cómo agarrar el balón. Los defensas debían practicar treinta

movidas críticas. Los pases eran monitoreados y medidos milimétricamente. Los

entrenamientos comenzaban puntualmente.

Sería un error suponer que todo esto tenía que ver con el control. Los

estándares de desempeño tenían que ver con inculcar en el equipo prácticas de

excelencia. Estos estándares precisos y al parecer sencillos importaban más que

tener una visión grandiosa o hacer una demostración de autoridad. En opinión de

Walsh, si los jugadores podían cumplir con los detalles, “los resultados

mejorarían por sí solos”. Y así llegarían los triunfos.

Walsh tenía la suficiente confianza como para saber que estos estándares

terminarían por contribuir a la victoria. Pero también era lo suficientemente

humilde como para saber, y recordarse todo el tiempo, que era imposible

predecir cuándo llegaba la victoria. Ustedes podrán decir, entonces, que a Walsh

le llegó más rápido que a cualquier otro entrenador en la historia. Bien, eso fue

totalmente fortuito. No fue resultado de su visión grandiosa. De hecho, en la

segunda temporada de Walsh uno de los técnicos se quejó ante el dueño del

equipo porque Walsh parecía demasiado preocupado por las minucias y entre sus

metas no estaba ganar. Walsh despidió al técnico por chismoso.

Deseamos creer que aquellos que tienen grandes imperios se proponen

construirlos. ¿Por qué? Para poder entregarnos también nosotros a la placentera

planeación del nuestro. Para poder recibir el crédito por las cosas buenas que

suceden y las riquezas y el respeto que nos atribuyen. Ficción es cuando uno

mira hacia la forma improbable como obtuvo algo y dice: yo lo supe todo el

tiempo. En lugar de decir: yo tenía la ilusión de..., y trabajé, y tuve suerte en

algunas cosas. O, incluso, sí pensé que esto podría pasar. Es evidente que usted

no lo supo todo el tiempo; o, si lo supo, se trataba más de una esperanza que de

un conocimiento. Pero ¿quién quiere acordarse de todas las veces que dudó de sí

mismo?

Crear una historia acerca de hechos pasados es un impulso muy humano.

También es peligroso y engañoso. Escribir nuestras propias historias lleva a la

arrogancia. Convierte nuestra vida en un relato —lo cual nos convierte, a la vez,

en caricaturas—, mientras que todavía la estamos viviendo. Como escribió

Tobias Wolff en su novela Vieja escuela, estas explicaciones y cuentos “se

funden después de manera más o menos sincera y, luego de que han sido

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