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en “algunas mentes una firmeza natural que no se dispara con pequeñeces, pero

que, cuando se activa, descubre un gabinete de fortalezas”. Katharine parece

haber tenido un gabinete similar, pues fue capaz de “rehacer” su vida totalmente.

Cuando se instaló como cabeza del periódico, Katharine descubrió que la

junta directiva del diario, de corte muy conservador, era un obstáculo

permanente. Sus miembros tenían una actitud constante de superioridad, eran

enemigos de los riesgos y habían bloqueado el progreso de la compañía.

Katharine entendió que tendría que desarrollar su propia brújula y no depender

de otras personas, como siempre lo había hecho. Con el tiempo se hizo evidente

que necesitaba un nuevo editor ejecutivo y, contra la recomendación de la junta,

reemplazó al antiguo y popular editor por un joven desconocido. Era suficiente.

El siguiente giro no fue tan sencillo. Justo cuando la compañía estaba a punto

de entrar a la bolsa de valores, el Post recibió una colección de documentos

oficiales robados, y los editores le pidieron publicarlos, a pesar de que existía

una orden judicial que impedía la publicación. Katharine consultó con sus

abogados. Consultó a la junta. Todos le aconsejaron que no publicara nada, pues

eso podía afectar la oferta pública inicial y comprometer a la compañía en una

serie de demandas que durarían años. Sin saber qué hacer, optó por publicar los

documentos, una decisión sin precedentes. Poco después, la investigación por

parte del periódico de un robo en los cuarteles del Partido Demócrata, apoyada

en una fuente anónima, casi produce un rompimiento permanente con la Casa

Blanca y la poderosa élite de Washington (también puso en peligro las licencias

gubernamentales que el Post necesitaba para operar las estaciones de televisión

de las que era dueño). En cierto momento, John Mitchell, un partidario de

Richard Nixon que se desempeñaba como fiscal general de los Estados Unidos,

dijo que Katharine había llegado tan lejos que sus “tetas” iban a terminar

“atrapadas en un gran exprimidor”. Otro asistente se jactó de que la Casa Blanca

estaba buscando formas de acabar con el periódico. Póngase usted en los zapatos

de Katharine: “¿cómo podemos hacerle el mayor daño al Post?”, se preguntaba

la oficina más poderosa de la Tierra.

Para acabar de completar, el precio de las acciones del Post era menos que

bueno. El mercado estaba a la baja. En 1974, un inversionista empezó a comprar

acciones de manera agresiva. La junta directiva estaba aterrorizada. Podía ser

una toma hostil. Katharine fue enviada a reunirse con el inversionista. El año

siguiente el sindicato de impresores de periódicos empezó una huelga perversa y

extendida. En cierto momento, los miembros del sindicato usaron camisetas que

decían: “Phil le disparó al Graham equivocado”. A pesar de esas tácticas, o

quizás debido a ellas, Katharine decidió combatir la huelga. Los huelguistas

contraatacaron. Una mañana, a las cuatro de la madrugada, recibió una llamada

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