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pueden manejar. Tienen visiones grandiosas y audaces que son un poco
exageradas. Todo eso está perfectamente bien, es de lo que se trata ser
empresario, o creativo o, incluso, ejecutivo de una empresa.
Tomamos riesgos. Nos equivocamos.
El problema comienza cuando nuestra identidad está atada a nuestro trabajo
y nos preocupa que cualquier falla diga algo malo sobre nosotros como
personas. Es el temor a hacernos responsables de haber cometido un error. Es la
falacia del costo irrecuperable. Y así seguimos invirtiendo una buena cantidad de
dinero y una buena vida en algo malo y terminamos empeorándolo todo.
Digamos que sentimos como si las paredes se estuvieran cerrando sobre
nosotros. Como si hubiéramos sido traicionados o alguien nos hubiese robado el
trabajo de toda una vida. Estos no son sentimientos racionales ni buenos que
puedan llevar a acciones racionales y buenas.
El ego pregunta: ¿por qué me está pasando esto? ¿Cómo puedo hacer para
salvar este problema y demostrarle a todo el mundo que soy tan bueno como
ellos creen que soy? Es el miedo animal a manifestar la más mínima señal de
debilidad.
Usted ha visto esto, lo ha hecho: pelear desesperadamente por algo que solo
estamos empeorando.
Ese no es el camino hacia grandes cosas.
Miremos el caso de Steve Jobs. Él fue el único responsable de su despido de
Apple. Debido a su éxito posterior, la decisión de Apple parece ejemplo de un
mal liderazgo, pero Jobs era, realmente, inmanejable. Su ego estaba totalmente
fuera de control. Si usted fuera John Sculley y director ejecutivo de Apple,
también habría despedido a esa versión de Steve Jobs, y habría tenido razón al
hacerlo.
Ahora bien, la respuesta de Steve Jobs fue comprensible. Lloró. Peleó.
Cuando perdió, vendió todas sus acciones de Apple y juró no volver a pensar
nunca más en ese lugar. Pero luego empezó una nueva compañía y se dedicó por
completo a ella. Trató de aprender lo más que pudo de los errores que habían
causado su primer fracaso. Después de eso empezó también otra compañía
llamada Pixar. Steve Jobs, el famoso egocéntrico que estacionaba en los espacios
para minusválidos porque podía hacerlo, respondió a ese momento crítico de una
manera sorprendentemente humilde (si consideramos que se trataba de un gran
ejecutivo que estaba convencido de ser un genio). Trabajó no solo hasta
demostrarse a sí mismo sus capacidades, sino hasta resolver de manera
significativa las fallas que habían causado su primer fracaso.
No es frecuente que la gente exitosa o poderosa sea capaz de hacer esto. No
cuando sufren un fracaso arrasador.