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después produce una idea de claridad que nunca fue ni será real.
Cuando tenemos la aspiración de hacer algo debemos resistir el impulso de
suponer cómo es el camino hacia el éxito con base en nuestra comprensión de las
historias de otras personas. Cuando logramos nuestro propósito, debemos resistir
el deseo de pretender que todo se desarrolló exactamente como lo habíamos
planeado. No hay una gran historia detrás; usted debería acordarse de eso
teniendo en cuenta que estaba ahí cuando todo ocurrió.
Hace unos años, uno de los fundadores de Google dio una charla en la que
dijo que la forma en que juzgaba a las compañías y los empresarios potenciales
era preguntándoles si “iban a cambiar el mundo”. Eso está bien, dijo después,
pero no fue así como empezó Google (Larry y Sergey eran dos candidatos a
doctorado de Stanford que estaban trabajando en su proyecto de grado).
Tampoco fue como empezó YouTube (sus fundadores no estaban tratando de
transformar la televisión, estaban tratando de compartir videos divertidos). De
hecho, no es la forma como se ha creado la mayor parte de la riqueza de verdad.
El inversionista Paul Graham —quien fundó Airbnb, Reddit, Dropbox y
otras compañías y trabaja en la misma ciudad que Walsh, pero unas décadas
después— alerta explícitamente a los empresarios novatos contra los peligros de
tener visiones demasiado audaces y arrasadoras desde el comienzo. Desde luego,
siendo un capitalista, él quiere fundar compañías que transformen masivamente
las industrias y cambien el mundo; ahí es donde está el dinero. Quiere que los
jóvenes empresarios tengan ideas “aterradoramente ambiciosas”, pero explica
que “la forma de hacer cosas realmente grandes parece ser comenzar con cosas
engañosamente pequeñas”. Dice que no hay que hacer un ataque frontal dirigido
por el ego. En lugar de eso hay que empezar con una apuesta pequeña e ir
aumentando gradualmente las ambiciones a medida que uno avanza. Su otro
consejo famoso: “No permitas que tu identidad se crezca”, encaja muy bien aquí.
Hay que preocuparse por el trabajo y los principios que lo impulsan, no por una
vaga visión gloriosa.
Napoleón hizo grabar las palabras “¡Hacia el destino!” en el anillo de
matrimonio que le dio a su esposa. Napoleón siempre había creído en el destino
y así fue como justificó sus ideas más atrevidas y ambiciosas. Esa también fue la
razón por la cual logró cosas impresionantes una y otra vez, hasta que su destino
fue el divorcio, el exilio, la muerte y la infamia. Un gran destino, nos recuerda
Séneca, es una gran esclavitud.
Es muy peligroso creer en las palabras de la gente cuando dice que somos
“genios”, y es todavía más peligroso permitir que la arrogancia nos diga que lo
somos. Lo mismo se puede afirmar de cualquier calificativo aplicado a nuestra
carrera. ¿Acaso nos convertimos de repente en “cineastas”, “escritores”,