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capaz de sentirse orgulloso y fuerte también en las derrotas ocasionales. Cuando

uno saca al ego de la ecuación, la opinión de los demás y los indicadores

externos pierden importancia. Eso es más difícil, pero, en últimas, una fórmula

más fuerte.

El economista (y filósofo) Adam Smith tenía una teoría para la manera como

la gente sabia evalúa sus actos.

Hay dos ocasiones diferentes en las cuales examinamos nuestra propia conducta y tratamos de

verla a la luz con que la vería el observador imparcial: en primer lugar, cuando estamos a punto de

hacer algo; y en segundo lugar, después de haberlo hecho. En los dos casos, nuestras opiniones tienden

a ser muy parcializadas, pero tienden a serlo todavía más cuando es más importante que no lo sean.

Cuando estamos a punto de hacer algo, el entusiasmo de la pasión rara vez nos permitirá considerar lo

que estamos haciendo con la imparcialidad de una persona indiferente... Cuando la acción ha

terminado de verdad, y las pasiones que provocó han cedido, podemos entrar más tranquilamente en

los sentimientos del observador indiferente.

Este “observador indiferente” es una especie de punto de referencia con el

que podemos juzgar nuestro comportamiento, en oposición a los “aplausos sin

fundamento” que suele dar la sociedad. Aunque no se trata solo de validación.

Pensemos en todas las personas que excusan su conducta —políticos,

empresarios poderosos y demás— diciendo que no es “técnicamente ilegal”.

Piense en las veces que usted mismo se ha excusado diciendo: “Nadie lo va a

saber”. Esa es la región moral de color gris que a nuestro ego le encanta

explotar. Regir al ego por un estándar (interno, o indiferente, o como quiera

llamarlo) hace que cada vez sea menos probable que los excesos o los malos

procederes sean tolerados. Porque no se trata de lo que se puede hacer sin que

nos atrapen, sino de lo que debemos o no debemos hacer.

Este es un camino duro al comienzo, pero uno que, al final, nos vuelve

menos egoístas y egocéntricos. Una persona que se juzga a sí misma con base en

sus propios estándares no anhela estar en primera plana tanto como alguien que

deja que los aplausos sean los que contabilicen su éxito. Una persona que puede

pensar a largo plazo no se compadece cuando tiene reveses temporales. Una

persona que valora el trabajo de equipo puede compartir el crédito y someter sus

propios intereses de una forma que la mayoría de la gente no puede hacerlo.

Reflexionar sobre lo que salió bien o lo asombrosos que somos no nos lleva a

ningún lado, excepto, tal vez, a donde estamos ahora. Pero queremos ir más

lejos, queremos más, queremos seguir mejorando.

El ego bloquea eso, así que tenemos que someterlo y aplastarlo

continuamente con estándares cada vez más altos. No es que estemos

persiguiendo siempre más, como si nos animara la codicia, sino que queremos

avanzar hacia una mejoría de verdad. Con disciplina más que disposición.

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