You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
éxito: la mente. La capacidad para aprender, para adaptarnos, para ser flexibles,
para construir relaciones, todo esto es opacado por el orgullo. Lo más peligroso
es que esto tiende a suceder muy temprano en la vida o en el proceso de
madurar, cuando estamos llenos de la vanidad del principiante. Y solo más tarde
nos damos cuenta de que lo mínimo que está en juego es recibir un golpe en la
cabeza.
El orgullo toma un logro menor y lo hace sentir como algo inmenso. Sonríe
ante nuestra inteligencia y genio, como si lo que acabáramos de mostrar fuera
solo una pequeña muestra de lo que está por venir. Desde el comienzo, crea una
brecha entre la persona y la realidad, cambiando de manera sutil, y a veces no
tan sutil, sus percepciones acerca de lo que son las cosas. Estas fuertes
opiniones, reforzadas apenas por los hechos o los logros, son las que nos
conducen al delirio o a cosas peores.
El orgullo y el ego dicen:
» Soy empresario porque me lancé a una aventura por mi cuenta.
» Voy a ganar porque, en el momento, soy el que va a la cabeza.
» Soy escritor porque publiqué algo.
» Soy rico porque hice un poco de dinero.
» Soy especial porque fui escogido.
» Soy importante porque creo que debería serlo.
En un momento u otro, todos permitimos esta clase de denominaciones. Sin
embargo, en todas las culturas parecen existir palabras de advertencia contra esta
clase de mentalidad. No hay que ensillar las bestias antes de traerlas, dice un
viejo dicho. No cuentes los chorizos antes de matar el cerdo. No cantes victoria
antes de tiempo, y así muchos otros.
Llamemos esa actitud por lo que es: un fraude. Si estás haciendo el trabajo y
cumpliendo tus deberes, no necesitarás hacer trampa, no necesitarás compensar
nada.
El orgullo es un invasor experto. Siendo joven, John D. Rockefeller solía
tener una conversación con él mismo todas las noches. “Como ya empezaste a
tener éxito —decía en voz alta o escribía en su diario—, crees que ya eres todo
un comerciante, pero ten cuidado o perderás la cabeza. No te inmutes”.
Al comienzo de su carrera, Rockefeller tuvo algo de éxito: consiguió un buen
empleo. Empezó a ahorrar. Hizo unas cuantas inversiones. Si pensamos que su
padre había sido un estafador, esto no era poca cosa. Rockefeller estaba en el
camino correcto. Como es comprensible, con esos logros, y la trayectoria que