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que llegaron para transformar no solo las industrias en las que estaba

involucrado sino el país entero.

Sin embargo, después de quitarle a su historia los visos de leyenda, glamour

y autopromoción a los que era tan afecto, solo queda una imagen: la de un

ególatra que evaporó cientos de millones de dólares de su propia fortuna y tuvo

un final miserable y patético. No debido a un accidente, no porque fuese víctima

de circunstancias inesperadas o de la competencia, sino casi exclusivamente

gracias a sus propios actos.

Una rápida revisión de sus hazañas, si se pueden llamar así, ofrece una

perspectiva nítida:

Después de obtener el control de la compañía de herramientas de su padre,

mediante la compra de las acciones de sus parientes, Hughes la abandonó casi de

inmediato, excepto para vaciarla de sus fondos en repetidas ocasiones. Se

marchó de Houston y nunca volvió a poner un pie en las oficinas de la compañía.

Se mudó a Los Ángeles, donde decidió convertirse en productor cinematográfico

y en celebridad. Comprando y vendiendo acciones desde su cama, perdió más de

ocho millones de dólares en movimientos de bolsa que contribuyeron a la crisis

vivida durante la Depresión. Su película más conocida, Hell’s Angels (Los

ángeles del infierno), fue producida a lo largo de tres años, lo llevó a perder 1,5

millones de dólares de un presupuesto de 4,2 y casi lleva a la quiebra a la

compañía de herramientas. Luego, sin haber aprendido la lección la primera vez,

Hughes perdió otros 4 millones en acciones de Chrysler a comienzos de 1930.

Luego, dejó todo de lado para incursionar en el negocio de la aeronáutica,

donde creó una empresa de defensa llamada Hughes Aircraft Company. A pesar

de algunos asombrosos logros personales como inventor, la compañía fue un

fracaso. Los dos contratos que tuvo durante la Segunda Guerra Mundial, que

valían cuarenta millones de dólares, fueron un desastre gigantesco que tuvieron

que pagar los contribuyentes estadounidenses y él mismo. La aeronave más

famosa, el Spruce Goose —que Hughes llamaba el “Hércules” y era uno de los

aviones más grandes que se habían construido— requirió un período de

desarrollo de cinco años, costó aproximadamente veinte millones de dólares y

voló solo una vez, a lo largo de apenas una milla, y a una altura de poco más de

veinte metros sobre el nivel del agua. Debido a la insistencia de Hughes, y a que

él mismo lo costeó, el avión se quedó después guardado durante varias décadas,

en un hangar con aire acondicionado en Long Beach, a un costo de un millón de

dólares por año. Decidido a hacer otro intento en la industria del cine, Hughes

compró el estudio RKO y a continuación perdió 22 millones de dólares y tuvo

que despedir a 1500 empleados, cuando el estudio quebró, después de cuatro

cortos años. Cansado también de este negocio y habiéndose librado de la

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