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Todos estos eventos no fueron exactamente justos, pero al menos Welles no
permitió que le arruinaran la vida. Tal como dijo su novia veinteañera en el
entierro, en referencia no solo a la persecución de Hearst sino a todos los
desaires que Welles recibió en su larga carrera en un campo particularmente
despiadado: “Les prometo que no lo amargaron”. En otras palabras, Welles
nunca se volvió como Hearst.
No todo el mundo es capaz de responder de esa manera; en cada momento de
la vida parecemos tener una capacidad distinta para el olvido y la comprensión.
Y aun cuando algunas personas son capaces de seguir adelante, suelen llevar
consigo una innecesaria carga de resentimiento. ¿Recuerdan a Kirk Hammett,
quien de repente se convirtió en el guitarrista de Metallica? El hombre al que
despidieron para que Hammett entrara, David Mustaine, formó luego otra banda,
Megadeth. Apesar de haber tenido un éxito increíble con su propia banda,
Mustaine se dejó consumir por la rabia y el odio causados por la manera como lo
habían tratado tantos años atrás. Esto lo llevó a la adicción y podría haberlo
matado. Pasaron dieciocho años antes de que fuera capaz de empezar a procesar
su rabia, pues decía que todavía le parecía como si fuera ayer que lo habían
rechazado. Cuando uno lo oye hablar del asunto, como cuando lo hizo frente a
cámaras a sus antiguos compañeros de banda, suena como si hubiera terminado
viviendo debajo de un puente, cuando en realidad vendió millones de discos,
produjo grandes canciones y llevó la vida de una estrella de rock.
Todos hemos sentido esta clase de dolor y, para citar una de sus letras,
hemos “sonreído con nuestro diente negro”. Esta obsesión con el pasado, con
algo que alguien hizo o cómo deberían haber sido las cosas a pesar de lo mucho
que duele, no es más que una encarnación del ego. Todos los demás han seguido
adelante, pero usted no puede, porque no puede ver otra cosa que sus propios
intereses. No puede pensar en aceptar que alguien puede haberle hecho daño,
deliberadamente o no. Así que usted odia.
En el fracaso o la adversidad, es mucho más fácil odiar. El odio pospone la
culpa. Convierte en responsable a alguien más. También es una distracción, pues
no tenemos mucho más que hacer cuando estamos ocupados cobrando venganza
o investigando los daños que supuestamente nos han hecho.
¿Acaso esto nos acerca al lugar al que queremos llegar? No. Solo nos
mantiene donde estamos. O, peor aún, detiene por completo nuestro desarrollo.
Si ya somos exitosos, tal como lo era Hearst, estos resentimientos manchan
nuestro legado y vuelven amargos los que deberían ser nuestros años dorados.
Entretanto, el amor está justo ahí. Libre del ego, abierto, positivo, vulnerable,
pacífico y productivo.