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Se nos presentan dos personajes distintos, para que los

imitemos.

Uno rebosa de orgullosa ambición y avidez ostentosa.

El otro, de humilde modestia y justicia equitativa.

Dos modelos diferentes, dos panoramas distintos, aparecen ante

nosotros para que podamos moldear nuestro propio carácter

y comportamiento a su imagen. Uno más llamativo

y rutilante por sus colores, el otro, más correcto

y exquisitamente hermoso en su diseño.

—ADAM SMITH

D

urante un almuerzo de trabajo en enero de 1924, Howard Hughes Sr., el

exitoso inventor y magnate de las herramientas, se puso de pie,

convulsionó y murió de un súbito ataque cardiaco, a la edad de 54 años. Su hijo,

un chico silencioso, reservado y sobreprotegido, de apenas 18 años, heredó tres

cuartas partes de la compañía de su padre, la cual poseía patentes y contratos

esenciales para la exploración petrolera y valía casi un millón de dólares. Varios

miembros de la familia recibieron el resto de las acciones.

En una movida visionaria casi incomprensible, el joven Hughes, a quien la

mayoría de la gente consideraba un muchacho mimado, tomó la decisión de

comprarles a sus parientes las acciones y controlar toda la compañía él mismo. A

pesar de las objeciones y de ser considerado todavía un menor de edad, Hughes

utilizó sus recursos personales y casi todos los fondos de la compañía para

comprar las acciones y, al hacerlo, consolidó la propiedad de un negocio que

produciría billones de dólares en utilidades durante el siguiente siglo.

Fue una movida muy atrevida, efectuada por un joven que, básicamente, no

tenía ninguna experiencia en el campo de los negocios. Y ese fue el mismo

atrevimiento con el que forjaría, una y otra vez a lo largo de su carrera, una de

las historias empresariales más escandalosas, derrochadoras y deshonestas del

mundo. Al mirarlos en retrospectiva, sus años al mando de la compañía parecen

más una perturbada oleada de crímenes que un emprendimiento capitalista.

No se puede negar que era un hombre talentoso, visionario y brillante.

Sencillamente lo era. Genio de la mecánica, fue también uno de los mejores y

más valientes pilotos de los primeros días de la aviación. Y como hombre de

negocios y productor de cine, tuvo la capacidad de predecir cambios arrasadores,

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