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más mentiras mientras avanzamos y, peor aún, cuando nos murmura mentiras
dolorosas cuando tenemos algún tropiezo a lo largo del camino. El ego, al igual
que cualquier droga, puede consentirse al comienzo como un medio equivocado
para conseguir o aprovechar una ventaja. El problema es lo rápido que este
medio termina convirtiéndose en un fin en sí mismo. Así es como nos sentimos
en momentos surreales como el que experimenté cuando estaba hablando por
teléfono con Dov, o en cualquiera de las historias ejemplares de este libro.
En el curso de mi trabajo y mi vida, he visto que la mayoría de las
consecuencias del ego no son catastróficas. Muchas de las personas que nos
rodean —y pueblan el mundo— y que se han rendido ante el ego no recibirán
“lo que se merecen”, en ese sentido kármico de la justicia en el que nos
enseñaron a creer cuando estábamos pequeños. Me gustaría que las cosas fueran
tan sencillas.
En lugar de eso, las consecuencias se parecen al final de uno de mis libros
favoritos: What Makes Sammy Run?, de Budd Schulberg, una novela cuyo
famoso personaje está basado en la vida real de empresarios del entretenimiento
como Samuel Goldwyn y David O. Selznick. En la novela, el narrador es
convocado a la mansión palaciega de un magnate de Hollywood, calculador,
despiadado y egoísta, cuyo vertiginoso ascenso él ha seguido con una mezcla de
admiración y confusión y, con el tiempo, desagrado.
En ese momento de vulnerabilidad, el narrador capta una visión verdadera de
la vida de aquel hombre: su matrimonio vacío y solitario, el miedo, la
inseguridad, la incapacidad de quedarse quieto aunque sea un segundo. Se da
cuenta de que la venganza —el mal karma— que él quisiera para ese hombre —
por todas las reglas que ha quebrantado, por todas las trampas que ha logrado
hacer sin que lo pillen— nunca va a tener lugar. Porque en realidad la vida ya ha
cobrado su venganza.
Esperaba algo concluyente y fatal y ahora me daba cuenta de que lo que le estaba pasando no era
una súbita retribución sino un proceso, una enfermedad que había contraído en la epidemia que arrasó
su lugar de nacimiento como una plaga; un cáncer que se lo estaba devorando lentamente, mientras los
síntomas se desarrollaban y se hacían más intensos: éxito, soledad, temor. Temor de todos los jóvenes
brillantes, de los Sammy Glicks más nuevos y más frescos que surgirían para acosarlo, para
amenazarlo y finalmente derrocarlo.
Así es como se manifiesta el ego. Convertirnos en eso nos produce un
terrible temor, ¿no es cierto?
Revelaré una última cosa con la esperanza de cerrar este círculo. Leí por
primera vez ese pasaje cuando tenía 19 años de edad. Era una lectura obligatoria
asignada por un curtido mentor que, al igual que haría yo, había triunfado
tempranamente en el negocio del entretenimiento. El libro resultó muy