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Dobraczynski. Cartas de Nicodemo

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sollozo y una carcajada. Dio con la cabeza contra la piedra y la sangre<br />

le salpicó la frente. Arrancaba con ambas manos la hierba y la<br />

arrojaba al aire. De su boca abierta salía a borbotones una saliva<br />

blanca y espesa. De pronto, entre los gritos <strong>de</strong>l <strong>de</strong>mente, pu<strong>de</strong><br />

distinguir unas palabras:<br />

— ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Vete <strong>de</strong> aquí. Jesús! — vociferaba ¡Fuera!<br />

Vete, hijo <strong>de</strong> Él! ¡Nada tienes que ver con nosotros! ¡Todavía no ha<br />

llegado tu hora! ¡Fuera! ¡Vete!<br />

Sentí un escalofrío. Aquel loco <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> estar poseído <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>monio. Confieso que nunca había visto tan <strong>de</strong> cerca a un<br />

energúmeno. Conozco los exorcismos: sé cómo conjurar a Zamael,<br />

padre <strong>de</strong> Caín, y a Asmo<strong>de</strong>o, nacido <strong>de</strong> un insecto... Pero entonces<br />

estaba tan impresionado que olvidé todas las instrucciones. El hombre<br />

daba alaridos, arañaba la tierra con las uñas, se lanzaba con todo su<br />

cuerpo contra las piedras y lo salpicaba todo <strong>de</strong> sangre y espuma. Se<br />

me ocurrió pensar que así mismo <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> comportarse el padre <strong>de</strong> la<br />

mentira ante el trono <strong>de</strong>l Eterno, al verse obligado a confesar que no<br />

había podido vencer a Job... Temblaba. De pronto, Jesús dijo:<br />

—Deja a este hombre.<br />

Como siempre, su voz era suave y firme, igual que cuando or<strong>de</strong>nó<br />

a la tempestad que enmu<strong>de</strong>ciese. En sus palabras no había irritación<br />

ni estri<strong>de</strong>ncia alguna. Era simplemente una or<strong>de</strong>n que no podía ser<br />

<strong>de</strong>sobe<strong>de</strong>cida.<br />

El poseído dio un aullido más fuerte aún y vociferó con voz ronca<br />

(él les habla, pero los en<strong>de</strong>moniados, en su presencia, siempre<br />

gritan):<br />

—¿Por qué? ¿Por qué? ¡Oh, nos estás agotando! Pero no<br />

tememos —chilló <strong>de</strong> pronto ¡Somos muchos!<br />

—¿Cómo te llamas? — preguntó Jesús.<br />

—¡Somos muchos! ¿Has oído? ¡Muchos! Todo un día no bastaría<br />

para <strong>de</strong>cirte nuestros nombres. Estamos aquí todos. Somos toda una<br />

legión...<br />

—Todos, pues, salid <strong>de</strong> él.<br />

El hombre gritaba como si le estuvieran torturando. Se clavó los<br />

dientes en el brazo y se arrancó <strong>de</strong> cuajo un pedazo <strong>de</strong> carne. Bajo el<br />

grito se oía cada vez más distintamente un sollozo. Gemía:<br />

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