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Dobraczynski. Cartas de Nicodemo

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Querido Justo:<br />

CARTA XIV<br />

Excusa mi largo silencio. Me era difícil escribir. El tiempo pasaba y<br />

yo quedaba atrás como una isla que sigue inmóvil aunque junto a ella<br />

pase una corriente. Pero no, en realidad no me quedé así; la corriente<br />

me llevaba como a un tronco seco. Ya <strong>de</strong> día, me dormí, pero luego<br />

abrí los ojos y miré a mi alre<strong>de</strong>dor, perplejo. ¿Qué había ocurrido?<br />

Estamos a finales <strong>de</strong> otoño. Han pasado los gran<strong>de</strong>s calores y sólo la<br />

tierra, seca, dura y polvorienta, nos recuerda el martirio estival. En el<br />

cielo las nubes se acumulan en mayor cantidad cada día. Dentro <strong>de</strong><br />

unas semanas se convertirán en lluvia. Mientras tanto el aire,<br />

sofocante y seco, agota nuestras energías. Por la noche el viento<br />

levanta nubes <strong>de</strong> polvo rojizo y sacu<strong>de</strong> las higueras que ya no tienen<br />

higos; penetra en la ciudad y silba entre las hojas secas <strong>de</strong> las ramas<br />

que recubren las chozas. Todos los jardines, plazas y patios están<br />

llenos <strong>de</strong> ellas. Han llegado las fiestas y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace dos días ningún<br />

hombre ha vuelto a casa a dormir o a comer. Ayer noche ardían en la<br />

ciudad millares <strong>de</strong> fuegos y en el patio <strong>de</strong>l Templo tuvo lugar un gran<br />

baile. Han llegado a Jerusalén muchos peregrinos. Las calles están<br />

atestadas <strong>de</strong> gente que se dirige en gran<strong>de</strong>s grupos hacia el Templo o<br />

bien vuelve <strong>de</strong> los pórticos riendo, cantando, agitando ramos festivos<br />

hechos con hojas <strong>de</strong> limonero, palmeras, sauce y mirto y gritando la<br />

fórmula sagrada <strong>de</strong>l Hallel: « ¡Hosanna! »<br />

Yo no puedo estar alegre. No pasan por mis labios las palabras,<br />

«Te doy gracias por haberme escuchado y haber querido ser mi<br />

salvador. Alabad al Señor porque es misericordioso...» Todo este<br />

alboroto festivo me irrita. Estas aparentemente alegres fiestas <strong>de</strong> la<br />

cosecha me parecen llenas <strong>de</strong> una amarga tristeza. Se las podría<br />

llamar igualmente fiestas <strong>de</strong> la muerte... La tierra, extenuada <strong>de</strong> calor,<br />

ja<strong>de</strong>a como un asno cansado <strong>de</strong> trabajar. Los torrentes,<br />

completamente secos, presentan un aspecto <strong>de</strong>solado. Todo ha<br />

muerto y sólo el hombre sigue viviendo. ¡Parece una burla! ¿Por qué<br />

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